La tarde caía pesada sobre Santa Ilusión, un pueblo escondido entre montañas y cafetales. La lluvia golpeaba los techos, arrastrando hojas y recuerdos. En medio del aguacero, la voz de Simón rompió el silencio:
—¡Te quise, pero ya no! ¡No te atrevas a buscarme nunca más, Dalia!
Sus ojos ardían de dolor, pero no cayeron lágrimas. Dalia, empapada, sostenía un paraguas inútil y bajaba la mirada, incapaz de defenderse ante la verdad que la envolvía.

Capítulo I: Encuentro de dos mundos
Dalia llegó a Santa Ilusión para hacer su servicio social como psicóloga comunitaria. Simón, campesino y encargado de la cooperativa de café, era conocido por su bondad y su humildad. Se conocieron en una asamblea; ella, de ciudad, él, de campo. Dos mundos distintos, pero una sola mirada bastó para unirlos.
Comenzaron a encontrarse en el mercado, en el río, en la iglesia. Ella le hablaba de libros, él le contaba de la tierra. Pronto, el cariño se transformó en amor. Simón le construyó un cuarto junto a la casa de su madre, doña Remedios, quien nunca aprobó la relación.
A pesar de las dificultades, Dalia decidió quedarse, dejando atrás su vida en la ciudad. Por un tiempo, fueron felices.

Capítulo II: El peso de la rutina
El tiempo pasó y, poco a poco, la vida en el campo comenzó a pesarle a Dalia. El silencio, la rutina, las paredes de adobe la hacían sentir atrapada.
—Extraño sentir que vivo, Simón —le confesó una noche.
Simón pensó que era una etapa. Que con amor, todo se superaría.

Capítulo III: La llegada de Rodrigo
Un día llegó Rodrigo, un joven ingeniero agrónomo, carismático y culto. Dalia empezó a trabajar con él en proyectos comunitarios. Simón notó algo diferente en la mirada de Dalia, en su risa cuando Rodrigo estaba cerca.
Una noche, Simón encontró una libreta con cartas y poemas entre Dalia y Rodrigo. Palabras que no estaban destinadas a él. No dijo nada, pero una herida invisible comenzó a crecer en su pecho.

Capítulo IV: La verdad bajo la lluvia
Una tarde de tormenta, Simón vio a Dalia y Rodrigo bajo el puente viejo. No se besaban, pero la forma en que se miraban decía todo. Simón se acercó, empapado.
—¿Eso es lo que querías, Dalia?
Rodrigo retrocedió. Dalia quiso hablar, pero Simón la detuvo con un gesto.
—No hace falta que expliques. Ya entendí todo. Te quise, Dalia, pero ya no. No me busques más. No te debo nada… y tú ya no me debes amor.

Capítulo V: Nuevos caminos
Dalia se fue al día siguiente, dejando atrás recuerdos y promesas. Rodrigo también se marchó poco después. Simón se quedó en Santa Ilusión, cuidando a su madre y trabajando la tierra. Plantó árboles donde antes estuvo la casa que compartió con Dalia; árboles que florecieron cada primavera, como símbolo de un amor que fue y que sanó.
Años después, Dalia volvió al pueblo para un seminario. Vio a Simón de lejos, trabajando en la cooperativa. Él no la reconoció, o quizá fingió no verla. Ella sonrió con nostalgia y siguió su camino.

Epílogo: El eco del amor
Dicen que el amor no siempre basta, que a veces solo enseña. Simón y Dalia se amaron, pero no fue suficiente. Aprendieron a soltar, a sanar y a seguir adelante. Y aunque ya no se escuche aquel grito bajo la lluvia, en algún rincón de sus almas sigue vivo el eco:
“Te quise… pero ya no.”

FIN