En marzo de 2023, una reforma de rutina en el corazón de la Ciudad de México se transformó en la pesadilla de cualquier arqueólogo forense. Lo que debería ser solo la instalación de nuevos cimientos para un hotel boutique, reveló secretos enterrados durante décadas en una casa colonial del siglo X.

Cuando el suelo se dio, los obreros esperaban encontrar vestigios del México colonial, quizás cerámicas antiguas o huesos de animales. Pero lo que emergió de la Tierra no eran reliquias del pasado distante, eran huesos humanos, demasiado frescos para ser coloniales, demasiado modernos para ser

aztecas, junto con los restos objetos que contaban una historia siniestra, un anillo de graduación de una universidad americana, una medalla religiosa con inscripciones alemanas, restos de una mochila de los años 70, 12 esqueletos, 12 vidas interrumpidas a

metros de la catedral más importante de México. Bienvenidos a Rastro del Enigma, el canal donde exploramos los misterios más inquietantes de América Latina. Hoy los llevaré a las calles empedradas del centro histórico de México, donde las piedras coloniales guardan secretos que jamás imaginaron

existir bajo sus pies.
Esta historia nos transporta a los años 70 y 80. Una época dorada para los mochileros que recorrían México en busca de aventura y cultura. Jóvenes estadounidenses, europeos y canadienses llegaban con sus mochilas y sueños, fascinados por la rica historia que respiraba en cada esquina del centro

histórico.
Algunos de estos viajeros nunca regresaron a casa. Sus familias los buscaron durante años sin respuestas, sin pistas, hasta que una excavación casual los devolvió a la superficie junto con una verdad que nadie esperaba. Si esta historia los atrapa, suscríbanse y activen notificaciones. Mario

Vázquez llevaba 30 años en la construcción, pero nunca había visto a un operario retroceder con tanto miedo.
Rodríguez temblaba bajo su casco amarillo, señalando el agujero que acababa de abrir con el martillo neumático en el sótano de la casona colonial. La casa del siglo X había permanecido abandonada por décadas, ubicada a solo dos cuadras de la Catedral Metropolitana. La empresa constructora la había

comprado para convertirla en un exclusivo hotel boutique, aprovechando el creciente auge turístico que vivía el centro histórico de la capital mexicana.
Cuando los obreros comenzaron a excavar para instalar los nuevos cimientos, el suelo cedió de manera inesperada, revelando lo que a primera vista parecía ser una antigua fosa común. Al principio nadie se alarmó demasiado. En el corazón de la antigua Tenochtitlan era bastante común encontrar todo

tipo de restos arqueológicos, pero había algo perturbadoramente diferente en estos huesos.
estaban demasiado cerca de la superficie para ser coloniales y algunos fragmentos de tela sintética y objetos metálicos modernos acompañaban los restos óse creando una combinación que no tenía sentido histórico alguno. Mario llamó inmediatamente a las autoridades competentes. Sabía por experiencia

que cualquier hallazgo de restos humanos requería la intervención del Instituto Nacional de Antropología e Historia, sin importar su antigüedad aparente.
La obra se detuvo por completo esa misma tarde. La doctora Elena Morales, antropóloga forense con más de 20 años de experiencia, llegó al sitio al día siguiente. Sus primeras observaciones confirmaron las sospechas de Mario. Estos huesos definitivamente no pertenecían a la época colonial y su

estado de conservación sugería una antigüedad mucho menor.
Elena Morales había examinado cientos de restos arqueológicos a lo largo de su carrera, pero estos huesos le generaban una inquietud que no podía explicar. Mientras los examinaba cuidadosamente con sus herramientas de precisión, notó detalles que la hicieron llamar inmediatamente a la Fiscalía

General de Justicia.
Los esqueletos mostraban signos evidentes de trauma, fracturas que no coincidían con muertes naturales o accidentes. Además, la disposición de los cuerpos en la fosa sugería que habían sido colocados allí de manera deliberada, no enterrados con los rituales tradicionales de ninguna época conocida.

Pero lo que realmente alertó a Elena fueron los objetos personales encontrados entre los restos.
Un anillo de graduación de la Universidad de Texas con las iniciales MT y el año 1977. Una cadena de plata con una medalla de San Cristóbal que tenía inscripciones en alemán claramente de fabricación europea moderna. También recuperaron restos de una mochila marca J Sport, popular en los años 70,

junto con evillas metálicas de cinturones y botones de mezclilla que definitivamente no pertenecían a ningún periodo histórico anterior al siglo XX.
Estos hallazgos transformaron completamente la naturaleza de la investigación. Los estudios preliminares de carbono 14 confirmaron las sospechas de Elena. Los restos óseos databan de aproximadamente 40 años atrás, situándolos entre 1978 y 1985. La fiscalía tomó control total del caso y lo que

inicialmente parecía un hallazgo arqueológico de rutina, se convirtió en una investigación criminal activa.
El equipo forense expandió cuidadosamente la excavación, descubriendo que la fosa contenía los restos de al menos 12 individuos diferentes. Todos parecían ser jóvenes adultos con edades estimadas entre los 20 y 30 años. Y tanto hombres como mujeres estaban representados en el macabro hallazgo.

Elena documentó meticulosamente cada hallazgo, fotografió cada hueso desde múltiples ángulos y catalogó todos los objetos personales encontrados.
intuía que estos elementos serían clave para identificar a las víctimas y esperaba para desentrañar las circunstancias de sus muertes. Mientras el equipo forense trabajaba, los vecinos del barrio comenzaron a acercarse con curiosidad morbosa. Algunos residentes más ancianos mencionaron que

recordaban haber escuchado ruidos extraños provenientes de esa casa durante los años 80, pero nadie había prestado demasiada atención en su momento.
La Interpol respondió rápidamente cuando la Fiscalía Mexicana compartió las fotografías de los objetos personales encontrados en la fosa. En cuestión de semanas comenzaron a llegar coincidencias desde diferentes países, todas relacionadas con casos de personas desaparecidas durante los años 70 y 80.

La primera identificación positiva fue Michael Thompson, un estudiante de arqueología de 22 años de la Universidad de Texas.
Había viajado a México en el verano de 1979 para estudiar la cultura azteca como parte de su tesis de graduación. Su familia perdió contacto con él cuando se encontraba en la Ciudad de México. El anillo de graduación con sus iniciales coincidía perfectamente con los registros universitarios. Los

padres de Michael, ya ancianos, habían mantenido durante décadas un archivo completo de fotografías y cartas de su hijo, incluyendo imágenes claras del anillo que ahora reposaba en una bolsa de evidencia.
La segunda identificación llegó desde Alemania. Klaus Müller, de 28 años, era un entusiasta mochilero que había desaparecido en 1981 durante un viaje extendido por América Latina. La medalla de San Cristóbal con inscripciones alemanas había sido un regalo de despedida de su abuela, quien había

fallecido años atrás esperando noticias de su nieto.
La tercera víctima identificada fue Sarah Bennett, una periodista freelance inglesa de 25 años especializada en turismo cultural. Había desaparecido en 1983 mientras investigaba rutas turísticas alternativas en México. Su última correspondencia con su editor mencionaba que había descubierto algo

fascinante en el centro histórico.
Los investigadores comenzaron a notar un patrón inquietante en las víctimas identificadas. Todos eran jóvenes extranjeros que viajaban solos, con intereses específicos en historia, arqueología o cultura mexicana. Todos habían sido vistos por última vez en la región del centro histórico de la Ciudad

de México, pero las identificaciones revelaron algo aún más perturbador.
Las víctimas procedían de diferentes países y habían desaparecido en años distintos, lo que sugería que no se trataba de un incidente aislado, sino de un patrón de comportamiento que se había extendido durante varios años. Los archivos de personas desaparecidas de la época mostraron que hubo varios

casos similares, turistas jóvenes, principalmente de Estados Unidos y Europa, que simplemente se desvanecieron mientras visitaban la capital mexicana.
En aquellos años las comunicaciones internacionales eran limitadas y muchos casos nunca fueron investigados adecuadamente. El equipo forense continuó trabajando en identificar los nueve esqueletos restantes, enviando muestras de ADN a laboratorios internacionales y comparando objetos personales con

bases de datos de personas desaparecidas de múltiples países.
Cada nueva identificación añadía otra pieza al rompecabezas macabro. La investigación se centró en la historia de la propiedad, donde fueron encontrados los restos. Los registros mostraron que la casa colonial había pertenecido a la familia Delgado desde el siglo XIX, siendo transmitida de

generación en generación hasta llegar a doña Mercedes Delgado en los años 70.
En 1975, Mercedes decidió alquilar la propiedad debido a dificultades económicas. El inquilino era un hombre de aproximadamente 35 años que se presentó como Esteban Morales, afirmando ser un académico especializado en historia colonial mexicana que necesitaba un lugar cerca de los archivos del

centro histórico.
Esteban pagaba puntualmente y en efectivo, siempre por adelantado. Los vecinos lo recordaban como un hombre culto y carismático que hablaba perfectamente inglés, alemán. y francés, además del español. Deía ofrecer alojamiento temporal a estudiantes y mochileros extranjeros interesados en la cultura

mexicana. Doña Carmen Ruiz, de 87 años, había vivido en la casa contigua durante toda su vida.
Recordaba vívidamente a Esteban. Era muy educado, siempre saludaba amablemente, hablaba varios idiomas y frecuentemente veía jóvenes extranjeros entrando y saliendo de la casa con sus mochilas grandes. Sin embargo, Carmen también recordaba detalles inquietantes. Por las noches, especialmente los

fines de semana, se escuchaban ruidos extraños como si estuvieran moviendo muebles pesados o arrastrando cosas por el suelo del sótano.
Cuando le pregunté a Esteban, dijo que estaba reorganizando su biblioteca. Otros vecinos confirmaron observaciones similares. María González, que entonces tenía 30 años, recordaba haber visto a Esteban en el mercado comprando cantidades inusuales de cá y cemento durante varios meses de 1984,

afirmando que estaba mejorando las instalaciones para sus huéspedes académicos.
La investigación reveló que Esteban Morales era completamente falso. No existían registros de ningún académico con ese nombre en universidades mexicanas o extranjeras. Tampoco había documentos oficiales que respaldaran su identidad como si hubiera sido creada específicamente para este propósito. En

1985, Esteban desapareció tan súbitamente como había aparecido.
Dejó de pagar el alquiler sin previo aviso y cuando la familia Delgado entró a inspeccionar la propiedad, la encontraron completamente vacía. No quedaba ni un solo mueble, libro o objeto personal. Lo más sospechoso era que el sótano, donde décadas después se encontrarían los cuerpos, había sido

recientemente recubierto con una gruesa capa de cemento.
En ese momento, los propietarios pensaron que el inquilino había hecho mejoras estructurales como cortesía, sin imaginar la terrible verdad que yacía debajo. La búsqueda de la verdadera identidad de Esteban Morales se convirtió en una investigación internacional. Los detectives trabajaron con

Interpol para rastrear cualquier pista que pudiera llevar al hombre que había operado desde esa casa colonial durante una década, aparentemente atrayendo y eliminando turistas extranjeros.
Los análisis psicológicos del caso sugirieron que el perpetrador era altamente organizado e inteligente. Su capacidad para hablar múltiples idiomas fluidamente, su conocimiento de diferentes culturas y su habilidad para generar confianza en víctimas de diversas nacionalidades indicaban una

planificación meticulosa.
La teoría principal de los investigadores es que Esteban utilizaba su encanto y conocimientos para atraer a turistas jóvenes, ofreciéndoles alojamiento económico en una ubicación privilegiada del centro histórico. Una vez que las víctimas estaban en su poder, completamente aisladas de sus contactos,

procedía a eliminarlas.
El motivo exacto permanece incierto. Algunos investigadores sugieren robo como motivación principal, ya que los mochileros de la época frecuentemente cargaban efectivo significativo para sus viajes extendidos. Otros proponen motivaciones más siniestras, incluyendo la posibilidad de un asesino

serial con patrones específicos de selección de víctimas.
Una teoría particularmente perturbadora sugiere vínculos con redes criminales más amplias. El perfil de las víctimas, jóvenes extranjeros viajando solos, sin conexiones locales fuertes, los convertía en objetivos ideales para actividades criminales que requerían víctimas que no serían

inmediatamente buscadas por autoridades locales.
La investigación también reveló deficiencias significativas. en los sistemas de seguimiento de turistas desaparecidos durante los años 70 y 80. Las comunicaciones internacionales limitadas y la falta de coordinación entre diferentes agencias policiales permitieron que estos crímenes pasaran

desapercibidos durante décadas.
Hoy más de 40 años después, la identidad real del hombre conocido como Esteban Morales permanece como uno de los misterios más inquietantes de la criminología mexicana. Si aún está vivo, tendría aproximadamente 80 años, posiblemente viviendo bajo otra identidad falsa en cualquier parte del mundo.

La casa colonial ha sido sellada indefinidamente por las autoridades.
Los residentes del barrio reportan que incluso décadas después de los crímenes, ocasionalmente escuchan sonidos extraños provenientes del edificio abandonado durante las noches silenciosas del centro histórico. Este caso permanece abierto en los archivos de la Fiscalía Mexicana e Interpol. Las

autoridades continúan solicitando información de cualquier persona que pueda tener conocimiento sobre desapariciones de turistas en la Ciudad de México durante los años 70 y 80, esperando finalmente cerrar este capítulo oscuro de la historia del
centro histórico. Mientras las piedras coloniales del centro siguen guardando sus secretos, esta historia nos recuerda que no todos los misterios del pasado permanecen enterrados para siempre. La historia del centro histórico de la Ciudad de México nos demuestra que incluso en los lugares más

transitados y conocidos pueden esconderse secretos terribles durante décadas.
12 familias finalmente obtuvieron respuestas después de 40 años de incertidumbre, pero el precio de esa verdad fue devastador. Este caso plantea preguntas inquietantes sobre cuántos otros misterios permanecen ocultos bajo las piedras antiguas de nuestras ciudades históricas. Cuántas historias

similares esperan ser descubiertas cuando se rompa el concreto correcto. Se excave en el lugar preciso.
Si esta historia los ha impactado tanto como a mí, no olviden darle like al video y suscribirse a Rastro del Enigma para más misterios como este. Comenten qué otros casos les gustaría que investigue y compartan sus propias experiencias si han visitado lugares con energías extrañas. Recuerden que la

realidad a menudo supera a la ficción y que en cada rincón de América Latina existen historias esperando ser contadas. Hasta el próximo misterio.
Manténganse alerta. Nunca saben qué secretos pueden estar pisando cuando caminan por las calles de una ciudad antigua.