La llamada entró a las 6:48 de la mañana. El teléfono fijo de casa S, que casi nunca sonaba, interrumpió el silencio con su timbre antiguo estridente. Olivia Montenegro, aún medio dormida, se sentó en la cama con el corazón agitado. Su primer pensamiento fue su madre enferma desde hacía meses, pero
la voz al otro lado de la línea no era familiar ni traía noticias médicas.
Señora Montenegro, preguntó una voz grave masculina. Disculpe que la contacte tan temprano. Mi nombre es Mauricio Peña. Soy supervisor de obras en construcciones del Pacífico. Estamos demoliendo el antiguo hotel Estrella del Mar en Barra Alta y encontramos algo que creo que le puede interesar.
Olivia tardó varios segundos en procesar esas palabras.
El nombre del hotel se estrelló en su memoria como un golpe seco, hotel estrella del mar. Hacía más de una década que no lo escuchaba, pero jamás lo había olvidado. Era el lugar donde su hermana menor Laura Montenegro y su esposo Gabriel Sifuentes desaparecieron sin dejar rastro durante su luna de
miel en marzo de 1994. Su respiración se volvió errática.
¿Qué? ¿Qué encontraron exactamente?”, preguntó sintiendo que el corazón le latía en la garganta una maleta enterrada bajo los cimientos del ala este. Contiene identificaciones y fotografías con los nombres de Laura Montenegro y Gabriel Siifuentes. También hay ropa y documentos personales. Por un
instante, el mundo de Olivia dejó de girar. No era la primera vez que alguien decía tener información.
Durante años había recibido llamadas de supuestos videntes, testigos, incluso estafadores. Pero esta vez era distinto. Esta vez no era un rumor ni una pista dudosa. Era una maleta enterrada bajo un edificio. ¿Dónde están esos objetos ahora? Están bajo custodia en nuestra oficina principal.
Llamamos a la policía, pero nos pidieron que intentáramos contactar a algún familiar directo antes de tomar otras medidas. Su nombre aparece como contacto de emergencia en varios documentos. Olivia apuntó la dirección mientras sus manos temblaban. Al colgar se quedó sentada inmóvil, mirando hacia
el pasillo oscuro que conectaba con el dormitorio de su hijo.
Toda su vida había aprendido a convivir con la incertidumbre, pero eso que parecía imposible de romper de pronto tenía una fisura y en esa grieta volvía a colarse el pasado. Afuera el sol apenas comenzaba a asomar. Las calles de Guadalajara estaban aún medio dormidas. los faroles apagándose
lentamente. Olivia se vistió sin desayunar.
Mientras agarraba las llaves del auto, su mente ya repasaba los nombres, los rostros, las fechas. Gabriel Laura. El viaje que nunca terminó el hotel frente al mar, donde se habían hospedado apenas 4 días antes de desaparecer. Ella misma había estado en la estación de policía de Barra Alta. había
recorrido el hotel interrogado al personal hablado con turistas.
Nadie supo dar respuestas, nadie quiso hablar demasiado. El caso fue archivado como desaparición voluntaria. Probablemente se fueron a otro país, dijeron. Tal vez no querían ser encontrados, pero Olivia había sentido la mentira. Su hermana jamás habría huído. Laura era organizada, previsora,
meticulosa. Amaba su trabajo como profesora de literatura. Había comprado su primer auto meses antes.
Tenía planes de tener hijos. Gabriel era contador en una agencia de viajes disciplinado responsable. Habían planificado esa luna de miel durante 2 años. No había lógica en su desaparición. Ahora, 16 años después, la tierra removida de una demolición despertaba todo lo que el tiempo no había
borrado.
El viaje desde Guadalajara hasta Barra Alta duró poco más de 4 horas. Olivia condujo con la mirada fija en el horizonte los nudillos blancos sobre el volante. La autopista estaba tranquila envuelta en una neblina suave. A su alrededor, el paisaje cambiaba el gris urbano, se desvanecía en verdes
húmedos montañas lejanas y aromas de sal.
Cada kilómetro la acercaba a un lugar que había prometido no volver a pisar. Recordó las fotos que Laura le mandó por correo el segundo día del viaje, Sonrisas en la playa Gabriel con su cámara vieja colgada al cuello, la vista desde su habitación. El hotel es más viejo de lo que parecía en el
folleto”, decía la nota escrita con tinta azul. Pero el restaurante tiene vista al mar y Gabriel dice que los camarones son espectaculares.
El 23 de marzo de 1994 dejaron de responder las llamadas. La reserva era hasta el 26. Nunca más se supo de ellos. Nadie escuchó gritos. No hubo testigos. Solo una habitación intacta y dos personas que desaparecieron como si nunca hubieran estado allí. Hasta la oficina de construcciones del Pacífico
estaba en las afueras del pueblo, en una zona industrial próxima a la costa. Olivia bajó del auto con paso firme.
Un hombre alto de barba canosa y camisa gris la esperaba en la entrada. “¿Usted es la hermana de Laura Montenegro?”, preguntó con tono respetuoso Olivia Asentio. Sí, necesito ver lo que encontraron. El supervisor la condujo a una sala pequeña con aire salado en el ambiente.
Sobre una mesa metálica cubierta por una lona blanca descansaban los objetos rescatados. La maleta de cuero marrón tenía las iniciales LM grabadas en una esquina. Estaba raspada por el tiempo, pero intacta. Al abrirla, Olivia sintió un golpe seco en el pecho. Allí estaban las identificaciones de
Laura y Gabriel. Un par de camisetas dobladas, un estuche de maquillaje, una libreta de espiral con bordes oxidados y fotografías Laura con su vestido blanco. Gabriel sonriendo mientras levantaba una copa de vino.
Pero lo que más la estremeció fue la libreta, Un diario personal. La última página tenía fecha 22 de marzo de 1994. ¿Dónde exactamente encontraron esto?, preguntó Olivia con la voz quebrada bajo la esquina este del edificio principal, justo debajo de lo que fue el restaurante privado.
Estaba a unos 2 metros de profundidad sellada en una caja metálica. Parecía haber sido enterrada deliberadamente. Olivia acarició la tapa del diario. Encontraron algo más. Restos, ropa, joyas. Aún no. Solo hemos excavado un 15% del terreno. La demolición completa tardará varias semanas más, pero si
hay algo más enterrado ahí, lo encontraremos.
El supervisor hizo una pausa. Señora Montenegro, esto no parece un simple extravo. Alguien escondió esa maleta. No era una pérdida casual, era un encubrimiento. Olivia salió al estacionamiento sintiendo el aire costero rasparle la piel. miró hacia el horizonte donde el mar golpeaba con violencia
las rocas.
El mismo mar que su hermana había contemplado por última vez. Algo muy oscuro había pasado en ese hotel. Y ahora, 16 años después, el terreno removido comenzaba a escupir secretos. El sol golpeaba con fuerza sobre el parabrisas del auto de Olivia, mientras esta permanecía estacionada frente al sitio
en demolición.
Las ventanas bajadas dejaban entrar el olor del cemento roto y la brisa del mar, una combinación agria que le revolvía el estómago. Tenía el diario de su hermana abierto en las piernas, las páginas gastadas por el tiempo y por la humedad, pero aún legibles.
La última entrada tenía una letra algo temblorosa, como si Laura hubiera estado nerviosa al escribir. 22 de marzo de 1994. Gabriel dice que el dueño del hotel nos está observando demasiado. Ayer cenamos en su restaurante privado y noté como sus ojos se quedaban más tiempo de lo normal sobre mí. No
quise decir nada en ese momento, pero ahora siento escalofríos cada vez que lo veo.
Gabriel está convencido de que deberíamos irnos antes del viernes. Yo ya pagué por toda la semana, pero creo que tiene razón. Olivia apretó el cuaderno contra su pecho y cerró los ojos. La letra de su hermana parecía traer su voz de vuelta, su modo meticuloso de registrar detalles.
Si Laura había escrito que algo no estaba bien, era porque realmente lo sentía, y sin embargo nadie las había escuchado. 16 años atrás, el caso fue tratado como una simple desaparición sin violencia. El detective encargado un oficial veterano llamado Comisario Delgado, fue quien le comunicó a la
familia que no había señales de crimen.
La hipótesis oficial, la pareja decidió cambiar de planes. Tal vez cruzaron a Centroamérica su sede más de lo que uno cree. Ellos no se llevaron nada, había dicho Olivia desesperada frente al escritorio del oficial. Dejaron sus pasaportes, su equipaje, las cámaras. ¿Usted de verdad cree que se
fueron sin decirle a nadie? Delgado se encogió de hombros. Hay parejas que desaparecen así. Es su derecho.
Pero Olivia siempre supo que esa explicación era una excusa, una salida fácil para no incomodar a los poderosos. El dueño del hotel, don Elías Berstein, era un empresario con una reputación intachable en la costa. fundador del Club Náutico de Barra Alta, benefactor de orfanatos y figura prominente
en la Cámara de Comercio local.
Su imagen estaba blindada, nadie quería tocarlo. Ese mismo día, tras el hallazgo de la maleta, Olivia se dirigió directamente a la estación de policía del municipio. No repetiría el error de confiar en la autoridad local sin condiciones. Esta vez exigiría una investigación seria.
Entró con paso firme y solicitó hablar con alguien del departamento de personas desaparecidas o mejor aún con un fiscal. Fue ahí cuando conoció al detective Leonardo Gálvez, un hombre de unos 40 años, mirada serena pero inquisitiva, con una libreta siempre en el bolsillo de la camisa. Lo encontró
en su oficina revisando informes bajo una luz mortesina.
Olivia colocó sobre su escritorio la maleta, las fotografías, el diario y una carpeta con copias de todo lo que había recopilado durante años. Esto dijo con voz firme, es todo lo que la policía ignoró en 1994. No quiero que vuelva a pasar. Galves revisó la evidencia sin hablar durante varios
minutos.
Sus dedos se detuvieron en la página del diario con la mención a don Elías. Este era el dueño del hotel en ese entonces. Sí. Y es el único nombre que aparece varias veces en los escritos de mi hermana. También tengo notas de testigos que me hablaron sobre él. Una mesera del hotel dijo que don Elías
solía invitar a huéspedes jóvenes a cenas privadas, pero esa mujer desapareció de la ciudad poco después.
Galves entrecerró los ojos. Vamos a hacer las cosas bien esta vez. Voy a reabrir el expediente. Pero necesito que entienda algo, señora Montenegro. Si alguien enterró estos objetos, no estamos hablando de una desaparición. Esto se ha convertido muy probablemente en un caso de homicidio. Olivia
asintió.
Lo había sabido desde hacía años, pero oírlo de boca de un investigador serio era como abrir una puerta que había estado clausurada por demasiado tiempo. Galves actuó con rapidez, ordenó la suspensión inmediata de la demolición y solicitó la intervención de peritos forenses para revisar el sitio.
También pidió los archivos originales del caso de 1994, que se encontraban almacenados en el archivo muerto de la Fiscalía Estatal.
Mientras tanto, Olivia regresó a su hotel temporal con la cabeza hecha un torbellino. Sobre la mesa desplegó las copias de todo lo que había recolectado desde la desaparición, reportajes antiguos, declaraciones de empleados del hotel mapas del lugar horarios de transporte. Incluso cartas que había
escrito y jamás enviado cargadas de impotencia y angustia, se preguntó cuántas veces estuvo cerca de descubrir algo, cuántas piezas había tenido en las manos sin saber cómo encajaban. Esa noche no pudo dormir.
Releyó el diario de Laura una y otra vez buscando señales entre líneas. Había una entrada más olvidada entre páginas sueltas que no había anotado antes. 21 de marzo 1994. Algo pasó hoy. Gabriel se encerró en el baño y estuvo horas con la libreta de cuentas del hotel. Dice que algo no cuadra, pero no
me quiso explicar mucho.
Me pidió que hiciera la maleta por si teníamos que irnos rápido. No entiendo nada, pero estoy empezando a tener miedo. La mención a la libreta de cuentas le hizo ruido. Gabriel era contador. Si había detectado irregularidades financieras en el hotel, eso podría haber sido un motivo de
confrontación.
Tal vez no fue solo un problema con el dueño, tal vez descubrió algo que no debía ver. A la mañana siguiente, el detective Galves la llamó. Revisé el expediente original. Está incompleto. El detective Delgado apenas entrevistó a tres personas, el gerente de recepción, una camarera y el propio don
Elías.
No hay ningún registro de interrogatorios al resto del personal. Y lo más curioso, el recibo que presentó el hotel dice que la pareja pagó y se retiró voluntariamente, pero en los libros contables no hay registro de ese pago. Olivia apertó el teléfono. Laura escribió que ya habían pagado todo desde
el primer día.
Eso lo sé porque me lo dijo en una carta y hay más, agregó Galve. Localicé a la mesera que usted mencionó en sus notas. Daniela Figueroa vive ahora en Ciudad de México. Aceptó hablar conmigo por teléfono mañana. También estoy rastreando a Rubén Esquivel, el recepcionista nocturno del hotel en 1994.
Según registros de seguridad social, aún vive en barra alta.
El rompecabezas comenzaba a armarse. Las piezas dormidas durante años empezaban a moverse. Esa tarde Olivia volvió al lugar donde habían encontrado la maleta. Se paró frente al sitio exacto de la excavación, ahora acordonado por la policía. cerró los ojos, imaginando la voz de Laura, la risa de
Gabriel, las fotos de ese viaje que nunca fue.
El viento le golpeó con fuerza en el rostro y por primera vez en mucho tiempo sintió que la verdad estaba a punto de emerger del polvo. La cinta amarilla, de prohibido el paso, ondeaba bajo el viento marino como una advertencia antigua. Detrás paredes derruidas del antiguo hotel Estrella del Mar se
alzaban como el esqueleto de un animal extinto, grietas abiertas, ventanas sin cristal, estructuras corroídas por la sal y los años.
Olivia cruzó el perímetro acompañada por el detective Galves y un técnico forense. El suelo crujía bajo sus botas de goma cubierto de polvo, pedazos de ladrillo y escombros húmedos. Había algo fantasmal en ese lugar. como si cada pared contuviera un eco atrapado del pasado. “Aquí fue donde la
encontraron”, dijo el técnico señalando un punto exacto bajo lo que alguna vez fue el restaurante privado del hotel.
Habían desenterrado una caja metálica oxidada por la humedad que contenía la maleta. Estaba a 180 m de profundidad bajo una losa del antiguo sótano. Sellada, deliberadamente ocultada, Olivia se agachó observando el agujero aún abierto. La tierra removida tenía un olor espeso, mezcla de salitre y
humedad.
Miró el perímetro, justo al lado estaba lo que había sido la bodega de vinos. Más allá los restos de una cocina industrial devorada por el óxido y frente a ella entre escombros los huesos retorcidos de una silla de metal. No era cualquier lugar del hotel, era un sitio elegido.
No es común que una pertenencia se entierre así, señora Montenegro, explicó Gálvez. Esto no fue olvido ni accidente. Alguien se tomó el tiempo de cabar sellar y esconder. ¿Quién tendría acceso?, preguntó Olivia sin apartar la vista del hueco, el personal de mantenimiento o alguien con autoridad
para dar órdenes. No es fácil cavar bajo un edificio sin levantar sospechas.
¿Y qué me dice del dueño? Galves la miró de reojo. Don Elías Berstein era el único que tenía llaves, maestras, cámaras sin supervisión y un restaurante privado al que no todos podían entrar. Si alguien quería ocultar algo, él lo tenía todo para hacerlo. Olivia apretó los labios. En su cabeza el
rostro de don Elías seguía igual que en 1994, alto de voz, suave, cabello impecablemente peinado hacia atrás y siempre con una guallavera blanca.
Tenía el aire de los hombres de negocios que jamás pisan el lodo, pero lo supervisan todo desde arriba. recordó cuando ella lo confrontó semanas después de la desaparición. Él la recibió en su oficina con un café y una sonrisa y le dijo con naturalidad, “Su hermana y su cuñado fueron encantadores.
Pagaron la cuenta el día 22 y se fueron por voluntad propia.
Les deseo que los encuentren pronto.” Olivia notó que ni una sola vez expresó preocupación, ni una pregunta, ni un qué puedo hacer para ayudar. Esa noche, en su habitación del hostal, donde se hospedaba temporalmente Olivia, no podía dormir. Extendió sobre la cama todas las fotografías recuperadas
de la maleta. Las imágenes eran cálidas, llenas de vida.
Laura reía su cabello recogido con flores frescas. Gabriel tenía las mangas arremangadas y los pies en la arena. Se notaba el amor, la emoción de comenzar una vida juntos. Pero una foto llamó particularmente su atención. En ella, Laura está sentada sola frente a una mesa en el restaurante del
hotel. Sus manos están cruzadas sobre la servilleta.
La expresión de su rostro no es de alegría, está incómoda. Sus ojos no miran a la cámara, miran hacia la derecha. Fuera de campo. ¿Quién tomó esa foto? Olivia la examinó con una lupa. Había algo raro en la composición. No era una foto casual entre amigos. Era como si alguien la hubiera captado sin
que ella lo supiera, como si fuera una vigilancia.
Al día siguiente, Olivia fue citada nuevamente por el detective Gálvez. la esperaba en la sala de reuniones de la fiscalía junto a un archivista que traía en brazos un viejo expediente. Encontramos algo que no estaba en el archivo digitalizado. Es una copia impresa de la declaración de don Elías
del 25 de marzo de 1994.
Galves colocó el documento sobre la mesa. La pareja abandonó el hotel el 22 por la mañana. pagaron en efectivo y se despidieron brevemente en el lobby. No hubo incidentes durante su estancia. No tengo más información relevante. Fíjese bien, señaló Gálvez. Esa fecha coincide con la supuesta salida,
pero contradice todo lo que el personal de limpieza declaró.
Las pertenencias seguían en la habitación hasta el día 24. Olivia apretó los puños. está mintiendo y lo hizo desde el principio. Lo peor es que nadie lo cuestionó, dijo Galves girando hacia la carpeta. Delgado no revisó los registros de cámara, no interrogó a meseros ni personal nocturno, ni
siquiera se molestó en cotejar los libros contables del hotel. Y usted lo hará.
Galv levantó la vista. Ya lo estoy haciendo. Más tarde ese día, Olivia recibió una llamada inesperada desde un número desconocido. Al contestar escuchó una voz femenina con acento de la capital. Señora Montenegro, soy Daniela Figueroa. El detective me pidió que hablara con usted. Olivia se sentó en
la cama conteniendo el aliento. Yo trabajaba en el restaurante del hotel en 1994.
Tenía 22 años. Lo recuerdo todo. Recuerdo a su hermana. Era amable, callada. Y recuerdo a don Elías. Siempre, siempre se fijaba en las mujeres jóvenes. Invitaba a algunas a cenar. Decía que era un beneficio para huéspedes especiales. ¿Recuerdas si Laura fue a una de esas cenas? Hubo una pausa. Sí.
La noche del 20 de marzo, ella y su esposo cenaron en el reservado. Él pidió vino. Ella parecía nerviosa.
Recuerdo que su cuñado se veía incómodo. Preguntó varias veces por la cuenta como si quisiera terminar rápido. Don Elías se reía mucho. Demasiado. ¿Usted vio algo más? Daniela bajó la voz. Vi a Laura salir sola del restaurante esa noche. Caminaba lento, como si estuviera mareada.
Olivia sintió un escalofrío en la espalda. ¿Le pasó algo? No lo sé. Pero al día siguiente, don Elías me dijo que no hablara con nadie sobre lo que había visto. “Es mejor para ti”, me dijo. Poco después renuncié. Me fui de barra alta para siempre. Cuando Olivia colgó, comprendió que el caso era
mucho más oscuro de lo que había imaginado.
Ya no se trataba solo de una desaparición, había un patrón, un modus operandi y Laura no fue la única. Don Elías no era simplemente un hotelero amable. Era alguien que sabía cómo desaparecer personas sin dejar rastro. La pregunta ya no era si él era culpable, la pregunta era cuántas veces lo había
hecho antes.
Esa noche Olivia no logró cerrar los ojos. La habitación del hostal estaba envuelta en sombras irregulares agitadas por el parpadeo del ventilador de techo. La brisa salada golpeaba las ventanas como un susurro persistente. Frente a ella, sobre la mesa, el diario de su hermana seguía abierto como
si aguardara ser leído por última vez.
Ya no lo leía con la mirada de una hermana, lo leía como una investigadora, como quien busca migajas en medio del bosque, esperando reconstruir el camino hacia la verdad. Cada palabra escrita por Laura ahora era una línea de código oculto. 20 de marzo 1994. Esta noche cenamos con el dueño, se llama
Elías Berstein.
Nos invitó personalmente. Fue amable. demasiado amable. Gabriel se mantuvo serio durante toda la comida. Yo traté de seguir la conversación, pero en varios momentos sentí que su mirada no era inocente. Hay algo en sus ojos. No sé cómo explicarlo, pero me sentí observada como si ya me hubiera visto
antes. Gabriel no quiso quedarse a tomar la segunda copa. Dijo que prefería dormir.
Elías insistió en que probáramos su vino especial, pero Gabriel se negó. Yo tomé un poco. Ahora tengo dolor de cabeza. Me siento tonta por no haberle hecho caso. 21 de marzo. Hoy Gabriel está inquieto. Dice que hay movimientos financieros raros en el sistema del hotel.
Él quiso verificar los cargos de nuestra cuenta y notó inconsistencias dos noches más de las que reservamos cenas no solicitadas y una factura duplicada. fue a hablar con el gerente. Volvió furioso. Me dijo que hiciéramos las maletas. Tengo miedo. Olivia sintió el estómago encogerse. Cada frase
parecía una confesión que nunca llegó a completarse.
Laura había sido advertida por su esposo. Había sentido el peligro y aún así algo los retuvo. El vino, la cena, las miradas. Las cuentas duplicadas, todo parecía formar parte de un rompecabezas siniestro y todo apuntaba a una misma figura, don Elías Berstein. A la mañana siguiente, el detective
Galves la esperaba con noticias.
Localizamos a Rubén Esquivel, el recepcionista nocturno en 1994. Tiene 47 años y aún vive en Barra Alta. Nunca volvió a trabajar en hotelería. Aceptó reunirse conmigo esta tarde y quiere que usted esté presente. Él vio algo, eso lo sabremos en unas horas. La reunión se llevó a cabo en una oficina
prestada por la municipalidad. Rubén llegó puntual con el rostro apagado y la espalda encorvada como si cargara un peso desde hace años. Vestía sencillo y evitaba el contacto visual.
Olivia lo reconoció de inmediato, el mismo joven de sonrisa tímida que los había atendido durante el check in en marzo de 1994. Ahora era un hombre roto. “Gracias por venir, Rubén”, dijo Gálvez mientras iniciaba la grabación. “Lo que diga aquí será registrado, pero aún no es una declaración oficial.
Solo queremos entender qué pasó esa noche.
Rubén tragó saliva. Yo yo trabajaba en la recepción. El turno nocturno era tranquilo casi siempre. Pero esa noche, la del 21 de marzo, hubo algo raro. ¿Qué recuerda?, preguntó Olivia inclinándose hacia él. Eran como las 11. Don Elías bajó al lobby muy alterado. Me dijo que a partir de ese momento
no debía dejar entrar ni salir a nadie del hotel, que había un asunto delicado.
Yo no entendí nada. Nunca hablaba así, pero su tono era amenazante. Y Gabriel y Laura los vio esa noche. Rubén asintió lentamente. Sí. Unos minutos después, Gabriel bajó con dos maletas. me pidió que le llamara un taxi. Dijo que necesitaban irse.
Le expliqué que tenía órdenes de no permitir salidas, pero él insistió. Estaba muy nervioso. Repetía que no podían quedarse más. ¿Qué hiciste? No pude hacer nada. Don Elías apareció en ese momento acompañado por dos hombres. No eran empleados. Los traje él mismo. Uno de ellos tenía una cicatriz en
el brazo. Grande, como quemadura. ¿Qué pasó después? Rubén respiró hondo. Discutieron.
Gabriel exigía salir, pero los hombres lo tomaron por los brazos y lo llevaron hacia la zona del restaurante. Yo me quedé en recepción. Nunca lo volví a ver. Olivia sintió que la sangre le bajaba de golpe a las piernas. El corazón palpitaba con fuerza tamborileando en sus oídos y Laura bajó unos 10
minutos después. Preguntaba por su esposo. Estaba nerviosa, pero tranquila.
Don Elías la abrazó y le dijo que Gabriel estaba resolviendo un problema en la oficina del gerente. Le ofreció una bebida para calmarse. Ella aceptó. Se la llevó con él. ¿Y qué pasó luego? insistió Galves. Rubén bajó la cabeza. Esa fue la última vez que la vi con vida. Olivia salió del edificio
sintiendo que le faltaba el aire.
Se apoyó contra una pared y respiró hondo. El mundo giraba. Laura había sido engañada, drogada, separada de Gabriel. Y lo peor, todo eso había sido observado por alguien que había callado durante 16 años. Galves se le acercó en silencio. ¿Por qué no lo denunció Rubén? Preguntó ella en voz baja sin
volverse.
Tenía 21 años, respondió él desde el umbral de la puerta. Don Elías me ofreció dinero. Me dijo que si hablaba me iban a culpar a mí. También mencionó a mi madre. Me asusté. Me callé. Pero no dormí una noche tranquila en todos estos años. El silencio se volvió espeso entre ellos. ¿Quiénes eran esos
dos hombres? Preguntó Galves.
No lo sé, pero uno trabajaba para una empresa de seguridad privada, protección costera del sur, creo. Don Elías tenía un acuerdo con ellos para servicios especiales. Esa misma tarde el detective ordenó un rastreo completo de empleados y socios de la empresa de seguridad mencionada. También solicitó
una orden judicial para detener completamente la demolición del hotel y comenzar excavaciones forenses en el área del restaurante.
Una última entrada del diario aún aguardaba en la maleta. 22 de marzo. Dos m. No puedo dormir. Gabriel no ha vuelto. Siento que algo terrible pasó. Me duele la cabeza. La bebida que me dio don Elías me hizo sentir mareada como si el cuerpo no me respondiera. Lo vi de nuevo en el pasillo hace unos
minutos. Me sonrió. Pero esa sonrisa no era humana.
Olivia sintió las lágrimas correrle por el rostro. Su hermana había escrito su propio epitafio. La oficina del detective Leonardo Gálvez estaba sumida en un silencio tenso apenas interrumpido por el zumbido del ventilador de techo. Olivia se encontraba sentada frente a un escritorio cubierto de
carpetas, fotografías antiguas y documentos judiciales amarillentos por el tiempo.
Talvez sostenía en las manos el expediente original del caso Montenegros y Fuentes archivado en 1994. “Mire esto,” dijo pasándole una hoja con grapas oxidadas. Esta es la única declaración formal del gerente del hotel. Dos párrafos. Ni siquiera incluye el horario exacto del último registro de
entrada o salida.
Y lo más preocupante, no hay mención alguna del sistema de seguridad del hotel. No sabemos si había cámaras funcionando. Si existían, nunca se revisaron. Olivia respiró hondo, controlando la furia. Durante años pensé que habían hecho todo lo posible por encontrar a mi hermana, pero ahora veo que
apenas fingieron buscar.
No fue en competencia, señora Montenegro, respondió Gálvez con voz grave. fue encubrimiento. Las primeras horas de esa tarde estuvieron dedicadas a revisar en conjunto cada omisión. Las fechas no coincidían, los testimonios eran contradictorios y había un patrón claro. Todas las fuentes oficiales,
incluidos los informes del detective original, favorecían la versión de don Elías.
¿Quién era el detective a cargo del caso?, preguntó Olivia señalando la firma ilegible del informe. Luis Alberto Piña Salcedo. Se retiró en 2006, murió en 2009. Nunca fue investigado, pero en los años 90 fue señalado por múltiples casos de manipulación de pruebas. Nada se probó como siempre.
Gálvez ojeó otra carpeta más delgada con una etiqueta de plástico que decía informe interno confidencial. Y aquí está lo más revelador en el informe de inspección del hotel fechado el 28 de marzo del 94. Se indica que el restaurante del hotel entraría en remodelación completa al mes siguiente.
Curiosamente, coincide con el área exacta donde encontramos la maleta enterrada. Están diciendo que remodelaron encima de la escena del crimen. Exactamente. Al anochecer, Galvez recibió la llamada que ambos estaban esperando. Es Daniela, dijo al responder colocando el alta voz. La voz de la
exmesera sonó tensa pero firme. Detective, estuve pensando, sí, quiero dar mi declaración oficial. Estuve callada demasiado tiempo.
Puede confirmar que Laura Montenegro cenó con don Elías la noche del 20 de marzo. Sí. Y no era la primera vez que él invitaba a mujeres jóvenes solas o en pareja. Yo serví bebidas esa noche. Recuerdo que Laura bebió una copa y Gabriel apenas tocó la suya. Notó algo raro en su comportamiento. Sí.
Laura salió del restaurante sola, caminando lento, como si estuviera desorientada. Al día siguiente pregunté discretamente en recepción por ellos. Rubén me dijo que se habían ido, pero su habitación aún estaba ocupada. supo de otras mujeres en situaciones similares. Hubo una pausa del otro lado de
la línea. Sí, al menos tres más. Turistas jóvenes extranjeras. Todas cenaron con él.
Una una chica estadounidense me confesó que había perdido el conocimiento y despertado en su habitación sin recordar nada de la noche anterior. Cuando quiso denunciar, la convencieron de que era una confusión por el alcohol. Olivia sintió náuseas. ¿Quién la convenció? El propio don Elías. La citó
en su oficina. Le ofreció un descuento por las molestias y algo de dinero. No supe más de ella.
estaría dispuesta a testificar sobre todo esto. Sí, pero quiero protección. No sé con quién sigue teniendo conexiones ese hombre. Tras Colgar Galves giró hacia Olivia. Ya no se trata de una pareja desaparecida. Esto es una cadena de abusos sistemáticos. Y ahora tenemos un patrón, una testigo
directa y una zona específica de entierro.
Esto ya es suficiente para que un juez apruebe una orden de cateo y excavación completa. Y don Elías aún vive en Barra Alta en una casa colonial frente al malecón. Vendió el hotel en 2008 a una cadena extranjera, pero su estatus social sigue intacto. Tiene amigos, jueces, políticos, empresarios.
¿Va a interrogarlo? No, todavía. Si lo presionamos sin tener los cuerpos o pruebas más sólidas, puede desaparecer.
Gente como él siempre tiene planes de contingencia. Esa noche Olivia no durmió. En su habitación extendió todos los documentos sobre la colcha, fotos, fragmentos del diario, testimonios, recortes de periódico mapas del hotel. Las líneas del tiempo comenzaban a conectarse, pero aún faltaba lo más
importante, los cuerpos.
La posibilidad de que Laura y Gabriel estuvieran enterrados en ese terreno la mantenía despierta insomne, pero también determinada. Si la maleta estaba allí, si fue enterrada junto al restaurante, ¿qué más podría haber oculto bajo el concreto? La demolición del hotel se había detenido. Ahora
comenzaría la excavación.
A las 700 am del día siguiente, Olivia llegó al sitio. Las máquinas estaban apagadas. Un grupo de peritos forenses con guantes picos y escáneres de suelo se preparaban para comenzar el barrido. “Vamos a trabajar con georradar”, explicó el jefe del equipo forense. Detecta alteraciones en la densidad
del suelo.
Si hubo excavaciones recientes en su momento o si hay cuerpos, lo veremos. ¿Cuánto tiempo tomará? Depende de la complejidad del terreno, pero si hay algo ahí, lo sabremos. Olivia asintió. El viento marino soplaba con más fuerza ese día. El cielo estaba gris, denso, como si la verdad misma colgara
del aire a punto de caer con todo su peso.
Y entonces, en un instante que pareció eterno, uno de los técnicos gritó, “Aquí tenemos una anomalía a 1,80 de profundidad justo al noreste del restaurante. El escáner marca perturbación del suelo y formas rectangulares. Olivia sintió que el suelo bajo sus pies ya no era firme. Las tumbas habían
estado ahí todo el tiempo y ahora finalmente iban a hablar.
El sonido de las palas metálicas rasgando la tierra húmeda era el único que se escuchaba. Las conversaciones habían cesado. Los peritos trabajaban con sumo cuidado, quitando capa tras capa de tierra en la zona donde el georadar había detectado perturbaciones a un costado.
Olivia permanecía inmóvil, los brazos cruzados sobre el pecho, con los ojos fijos en el rectángulo de tierra, que pronto podría revelar lo impensable. El aire era denso y aunque estaban a solo unos metros del mar, el olor a sal había sido reemplazado por algo más terroso, más cerrado, más antiguo.
El detective Galves se le acercó con paso controlado, aunque su rostro revelaba tensión.
No voy a mentirle”, le dijo en voz baja. “Lo que encontremos aquí podría ser difícil de asimilar, pero si sus restos están aquí, podrá enterrarlos dignamente y obtendremos evidencia irrefutable contra don Elías.” Olivia apertó los labios. No quiero venganza, detective, quiero verdad y quiero que
ese hombre no vuelva a dormir tranquilo nunca más.
A las 13:42, uno de los forenses se incorporó lentamente. Tenemos contacto con un material plástico tipo lona doblada. Está envolviendo algo. Necesitamos seguir retirando tierra para confirmar. Todo el equipo se puso en modo de protocolo.
Galvez pidió una orden para detener el acceso a la zona y establecer un perímetro legal. Olivia sintió las piernas temblarle, pero se obligó a permanecer. No iba a dar la espalda en ese momento. Si su hermana estaba allí, ella la vería salir con dignidad. Media hora después, el forense principal se
volvió hacia ellos. Encontramos restus ous, humano, masculino, adultus joven. El tiempo pareció detenerse, solo uno hasta ahora.
Pero hay otra anomalía a menos de 2 met. Comenzaremos allí en cuanto aseguremos este hallazgo. Galves respiró hondo. Olivia apretó los puños. No necesitaban pruebas forenses para saberlo. Habían encontrado a Gabriel. Mientras la excavación de la segunda tumba avanzaba, Galvez recibió una llamada
urgente desde la fiscalía.
El rastreo de la empresa de seguridad que Rubén había mencionado, Protección Costera del Sur, había dado sus primeros frutos. Tenemos un nombre”, dijo tapando el auricular mientras caminaba hacia Olivia. Sergio Bautista Ornelas, exmilitar 45 años, trabajó para esa empresa entre 1992 y 1997. Estuvo
registrado en la zona de barra alta durante el año de la desaparición.
Y lo más interesante tiene una cicatriz en el brazo derecho documentada en registros médicos. ¿Dónde está ahora? Reside en Tijuana. Es dueño de un taller mecánico. Nunca ha sido detenido. Ya solicitamos una entrevista formal con él. Olivia no apartaba los ojos del segundo punto de excavación.
A las 15:11, el equipo forense encontró la lona más delgada, pero igualmente sellada con tierra compactada. Dentro lo que todos temían otro esqueleto, esta vez claramente femenino. No hizo falta más. Olivia cayó de rodillas. Los cuerpos fueron trasladados al laboratorio forense de puerto escondido,
donde los análisis comenzarían de inmediato. ADN, antropometría. Causa de muerte, tiempo de entierro.
Todo debía documentarse con precisión. Galvz, por su parte, no perdió tiempo. Solicitó una orden para congelar los bienes de don Elías y establecer vigilancia no oficial en su residencia. Sabía que era cuestión de días antes de que el hotelero sintiera el cerco cerrarse y tratara de huir. Esa noche
Olivia se permitió llorar por primera vez en años.
No por la pérdida esa ya la había vivido en el silencio de cada aniversario, en cada carta no enviada. Lloró porque al fin Laura y Gabriel habían sido encontrados. No se habían ido. No los habían olvidado, solo habían sido silenciados y ahora por fin podían volver a hablar. Al día siguiente, en la
fiscalía, Galves recibió los primeros resultados preliminares de los análisis forenses.
El cuerpo masculino presenta fracturas en costillas y daños en vértebras cervicales. Posible estrangulamiento. El cuerpo femenino tiene trauma craneal severo, golpe contundente, posible fractura por objeto pesado. También hay indicios de sedantes en tejido óseo, aunque necesitaremos pruebas más
detalladas para confirmarlo.
Drogada antes de morir, es probable. Coincide con lo que escribió en su diario. Y con lo que Daniela Figueroa declaró, Olivia escuchaba en silencio. Las piezas encajaban como una maquinaria siniestra. Gabriel había descubierto algo peligroso, posiblemente un fraude contable o un esquema de lavado, y
confrontó a Elías.
Laura fue separada, drogada y asesinada. No fue una muerte pasional, fue una ejecución planificada. El informe de peritaje del sitio reveló algo aún más perturbador. Ambas tumbas habían sido cavadas antes de que comenzara la remodelación. Las lonas usadas eran de una remesa de la bodega del hotel
fechada en enero de 1994.
El cemento vertido después ocultó las sepulturas como si fueran parte de los cimientos. Todo fue planeado meticulosamente. Don Elías no era un depredador impulsivo, era un estratega, un hombre que sabía usar el concreto para sellar secretos. Mientras tanto, en Tijuana, la fiscalía logró contactar a
Sergio Bautista.
Aceptó hablar con un agente federal de forma voluntaria, aunque parecía nervioso. Cuando se le mostró la fotografía de don Elías, bajó la mirada. Yo estuve ahí esa noche, pero no fui quien decidió nada. Solo seguí órdenes. ¿Quién lo contrató? Ramiro Castillo, jefe de la empresa. Él tenía un acuerdo
con el señor Berstein.
Nosotros resolvíamos problemas y esa noche hubo uno muy serio. Galvz recibió la transcripción preliminar. Esa misma noche. Su rostro endurecido confirmó lo que Olivia ya presentía. Había comenzado a caer la muralla. La primera grieta del pasado se había abierto y ya no se detendría. Esa misma
noche, mientras los restos de Laura y Gabriel reposaban en refrigeración forense, el detective Leonardo Gálvez convocó a Olivia a una reunión en su despacho. Los ventanales daban al puerto donde los barcos regresaban lentamente a la costa.
El cielo estaba cubierto de nubes bajas, como si la ciudad entera sintiera el peso de lo que estaba a punto de revelarse. Sobre la mesa había una nueva carpeta más gruesa en la portada. Declaración ampliada de Sergio Bautista Ornelas. 22 de marzo de 2010. Aquí está, dijo Gálvez empujando los
documentos hacia Olivia.
La confesión que esperábamos y no solo confirma lo que sospechábamos, lo empeora. Olivia abrió la carpeta. Las primeras líneas eran escalofriantes. Fui contactado por mi jefe Ramiro Castillo el 21 de marzo de 1994. me dijo que don Elías Berstein necesitaba resolución discreta con dos huéspedes. Fui
con otro empleado.
No sabíamos los detalles, solo que el hombre había descubierto algo que ponía en riesgo al patrón. Cuando llegamos al hotel, ya era tarde. Don Elías nos explicó que el huéspedregularidades financieras en los sistemas del hotel. Temía que reportara todo a Hacienda o a la prensa. No podemos
permitirlo, dijo. Nos pidió que lo interceptáramos y nos encargáramos de él. Olivia bajó los papeles.
Gabriel no solo descubrió cuentas alteradas, descubrió una operación de lavado de dinero. Galves asintió con gravedad. Exacto. La cadena de facturas duplicadas, los cobros fantasmas, los movimientos en efectivo. Todo apunta a que el hotel era un punto de lavado. Y Gabriel, siendo contador, lo
detectó rápidamente. Y Laura, una testigo que vio demasiado, y una mujer que Elías deseaba desde el momento en que llegó. El patrón se repite, pero esta vez alguien desafió su control.
Y esa fue su perdición. La declaración de Sergio continuaba con detalles precisos, casi quirúrgicos. Interceptamos al hombre en el lobby. Quiso resistirse. Uno de nosotros lo golpeó con una barra de hierro. Luego lo estrangulamos. Todo fue rápido, frío, profesional. Después subimos a buscar a la
mujer.
Don Elías fue quien la condujo al restaurante donde le sirvió una copa concedante. Ella comenzó a marearse. Nos pidió que la acompañáramos a su habitación. Él insistió en que se quedara un momento más. Entonces ordenó matarla. Dijo que no podía arriesgarse a que recordara algo. Yo me encargué de
sujetarla. Vicente, mi compañero, la golpeó en la cabeza. murió en segundos.
Luego cabamos las tumbas esa misma madrugada. Usamos lonas del hotel. Don Elías ya tenía planeada una remodelación. Sabía que el concreto ocultaría todo. También enterramos una maleta con pertenencias para simular abandono. Recibimos dinero extra por ese trabajo, pero desde entonces no duermo
igual. Galv cerró la carpeta con un suspiro.
Con esto podemos emitir una orden de captura inmediata contra don Elías. Ya no es solo sospechoso. Es autor intelectual de doble homicidio agravado en cubrimiento y obstrucción de justicia. Y su socio Ramiro Castillo murió en 1999. Pero tenemos registros de su empresa vinculada a otros negocios
fantasma. Vamos a reabrir todo.
Esto no es un caso aislado, es una red. Olivia se levantó de la silla, caminó hacia la ventana. Durante años me dijeron que mi hermana probablemente se fue, que era adulta tenía derecho. Pero ahora veo que lo sabían, lo sospechaban, solo que nadie quiso enfrentarse al dueño del hotel. Esta vez lo
haremos, aseguró Galve. Y no estamos solos.
Esa misma noche se emitió una alerta nacional. Agentes encubiertos comenzaron a vigilar la residencia de don Elías, pero cuando llegaron encontraron la casa vacía. Un jardinero declaró que lo había visto salir horas antes con una maleta, ropa elegante, nervioso, sin su chóer habitual. Las cámaras
de seguridad del malecón lo captaron caminando con dirección al aeropuerto de Puerto Vallarta. Elías Beriste estaba intentando huir.
Mientras tanto, Olivia recibió una llamada que no esperaba. Señora Montenegro. Habla María Eugenia Paredes. Fui jefa de limpieza del hotel Estrella del Mar 1992 y 1996. su hermana. Yo la vi la última tarde. ¿Qué recuerda? Me pidió ayuda. Me preguntó si conocía a alguien que los pudiera llevar al
aeropuerto esa noche.
Dijo que su esposo había tenido una discusión muy fea con el patrón, que habían visto algo raro y que no se sentían seguros. ¿Qué hizo usted? Quise ayudarla, pero cuando volví del almacén ya no estaba. Nunca supe más. Luego don Elías nos ordenó no hablar del asunto. Dijo que estaban bien, que se
habían ido.
Pero yo siempre supe que algo malo había pasado. Estaría dispuesta a declarar, “Sí, ya es hora.” Cada día una pieza más del rompecabezas encajaba. Cada testimonio, cada documento, cada recuerdo oculto se unía a un retrato siniestro de impunidad. Don Elías no había matado por desesperación. había
matado por sistema.
Al día siguiente, la policía recibió confirmación de que un hombre de 70 años con pasaporte falso había intentado abordar un vuelo en el aeropuerto internacional de Tijuana con destino a España, pero nunca llegó a subir al avión. Fue detenido en la puerta de embarque. Los agentes federales
informaron a Galves esa misma mañana. Tenemos a don Elías Berstein bajo custodia.
Se lo están trayendo a puerto escondido en un vuelo especial. Llegará esta noche. Olivia se quedó en silencio. Su hermana Laura no volvería. Pero al menos su asesino tampoco volvería a caminar en libertad. La celda de retención de la fiscalía de puerto escondido estaba en silencio cuando llegó el
convoy federal. Eran las 3:12 de la madrugada.
Un hombre esposado de cabello blanco y postura firme descendió de la camioneta blindada. A pesar de los años y del rostro envejecido, su presencia aún imponía respeto. Aún parecía llevar la arrogancia de quien se sintió intocable durante demasiado tiempo.
Don Elías Berstein ya no vestía guallavera blanca ni relojes importados. Llevaba ropa gris de prisionero y ojeras profundas. Pero incluso en ese estado, sus ojos oscuros no perdían el brillo cínico. Desde una sala con vidrio polarizado, Olivia Montenegro observaba todo. No necesitaba que él la
viera. Solo quería mirar a los ojos del hombre que destruyó su vida, del hombre que enterró a su hermana bajo concreto y durmió tranquilo durante 16 años.
Horas después, en una sala de interrogatorios acondicionada, especialmente para el caso don Elías, se sentó frente al detective Leonardo Gálvez. A su lado, su abogado defensor, Patricio Altamirano, un penalista de renombre, con fama de hacer lo imposible por salvar a sus clientes más poderosos.
“Mi cliente no responderá preguntas en esta etapa”, dijo Altamirano con voz seca. Rechazamos cualquier intento de incriminación sin presencia judicial completa. Galvzutó. Deslizó sobre la mesa un sobre con fotografías impresas. Aquí están los cuerpos. Aquí el diario de Laura. Aquí la confesión de
su cómplice Sergio Bautista.
Aquí los registros contables alterados de su hotel. Altamirano guardó silencio. Don Elías, sin embargo, tomó una fotografía y la miró fijamente. Era la imagen de Laura en el restaurante privado, visiblemente desorientada. Por primera vez su mirada vaciló. Mientras eso ocurría, Olivia caminaba por
los pasillos de la fiscalía hasta una oficina secundaria donde aguardaba Rubén Esquivel, el antiguo recepcionista.
Ahora con el contexto completo sobre la confesión de Sergio, su testimonio se volvía más valioso que nunca. Rubén estaba pálido, las manos temblorosas. Tenía una taza de café entre los dedos, pero no la bebía. ¿Está seguro de querer hacer esto oficialmente?, preguntó Gálvez ingresando al cuarto. Lo
que diga hoy quedará registrado y podría tener implicaciones legales.
Rubén asintió lentamente. Ya no puedo vivir con esto. Nunca pude en realidad. Y ahora sé que si hubiera hablado antes, tal vez alguien más estaría vivo. Cuéntenos lo que recuerda dijo Olivia sentándose frente a él sin omitir nada. La voz de Rubén era apenas un murmullo, pero cada palabra era una
piedra cayendo en un pozo sin fondo.
La noche del 21 de marzo de 1994, don Elías bajó cerca de las 11. Iba alterado. Me dijo que a partir de ese momento nadie debía salir del hotel. Orden directa, dijo. No era común verlo así. Estaba nervioso. Despachó al portero y se quedó en el lobby por unos minutos. Y luego Gabriel bajó con las
maletas. Me pidió un taxi al aeropuerto. Dije que no podía. Él insistió.
Se le notaba alterado. Dijo que habían descubierto algo, que no podían quedarse. Entonces aparecieron los dos hombres. Uno tenía una cicatriz en el brazo. Me intimidaron. No eran huéspedes, eran de los otros. ¿Qué ocurrió con Gabriel? Lo tomaron por la fuerza. Don Elías ordenó que lo llevaran al
restaurante.
Él no opuso resistencia, solo repetía que no le hicieran daño a Laura. Ella no tiene nada que ver, decía. Olivia tragó saliva las uñas clavadas en su propia palma. Y Laura. Rubén desvió la mirada. Bajó poco después. Buscaba a Gabriel. Don Elías la calmó, le ofreció una copa, le dijo que Gabriel
regresaría pronto.
Ella bebió, no sé qué le puso. Se mareó, él la tomó del brazo, se la llevó al restaurante también. Galves tomó nota de cada palabra. ¿Usted escuchó algo esa noche? Golpes, ruidos sordos, pasos, el sonido de una pala golpeando concreto. No me atreví a salir. Estaba aterrado. Tenía 21 años. Tenía
miedo de que me hicieran algo a mí también.
Y al día siguiente, don Elías me llamó a su oficina. Me agradeció la lealtad, me subió el sueldo, dijo que no me preocupara que la pareja se había ido, que cualquier rumor me costaría el trabajo y que mi madre vivía sola, ¿verdad? Silencio. La amenaza había sido clara y Rubén, como tantos otros,
había elegido sobrevivir. Esa tarde Rubén firmó su declaración completa.
Olivia lo abrazó brevemente antes de que se fuera. Usted los vio. Usted puede ayudarnos a condenarlo. Rubén asintió con los ojos brillosos. Ya es hora de que pague por todo. Al anochecer, don Elías fue trasladado bajo fuerte custodia a un penal de máxima seguridad a las afueras de la ciudad.
La acusación era contundente, doble homicidio agravado, ocultamiento de evidencia, violación lavado de dinero y obstrucción de la justicia. Aún no había confesado, pero el cerco se cerraba a cada hora y ahora, además de testimonios, había cuerpos. Esa noche, en el laboratorio forense, la doctora
Irene Zamora, jefa de antropología, citó a Olivia para entregarle los resultados preliminares de los análisis.
Los restos masculinos muestran fracturas cervicales y costales compatibles con estrangulamiento manual. Los femeninos. Trauma craneal. El golpe fue directo contundente. También encontramos trazas de flunitracepam, una sustancia sedante de uso controlado. Coincide con los síntomas descritos por
otras víctimas. Olivia cerró los ojos y la identidad confirmada por ADN. Son Laura Montenegro y Gabriel Siifuentes.
Por fin lo escuchó de forma oficial. Por fin la ciencia decía lo que su corazón había gritado durante 16 años. No estaban perdidos, estaban ocultos y ahora al fin estaban libres. El amanecer sobre puerto escondido trajo un nuevo tipo de luz.
No era la claridad habitual que nacía del mar, ni la calidez dorada que bañaba el malecón. Era una claridad más áspera, más profunda la que se siente cuando por fin la verdad comienza a imponerse sobre el silencio. El nombre de Elías Berstein ya había dejado de ser sinónimo de prestigio. Los
titulares de los periódicos colgaban en los kioscos empresario hotelero arrestado por doble homicidio. 16 años de impunidad bajo tierra.
Reabre Caso Montenegro. Si fuentes con hallazgos escalofriantes. Pero para Olivia la única portada que importaba era la que aún no existía la justicia definitiva. Elías estaba en prisión, sí, pero no había hablado. Y mientras el sistema legal avanzaba con la lentitud propia de su estructura, ella
no pensaba quedarse inmóvil.
El detective Galves le había prometido una cosa desde el principio. No basta con atraparlo. Tenemos que entender cómo operaba, quién lo ayudó, qué protegía. Porque lo que pasó con Laura y Gabriel no fue un accidente, fue parte de un sistema y ahora ese sistema comenzaba a desmoronarse. Marzo 25,
2010.
A través de un contacto en la fiscalía, Olivia logró acceder a una serie de documentos que apenas comenzaban a analizarse. Eran registros financieros incautados durante el cateo de la casa de Elías. Entre ellos sobresalían varias facturas emitidas a nombre de servicios turísticos del Pacífico SA,
una empresa pantalla que había operado entre 1993 y 1996. Las facturas correspondían a montos enormes pagos por paquetes turísticos, premium alquiler de yates, cenas privadas en el hotel, pero no había registros de huéspedes vinculados a esos servicios. Muchos de los montos coincidían con fechas
clave días antes y después de la
desaparición de Laura y Gabriel. Olivia marcó las fechas en un calendario. 21 de marzo de 1994. Desaparición. 25 de marzo, inicio de remodelación del restaurante. 27 de marzo, ingreso de 120,000 pesos por evento privado. Grupo extranjero. 30 de marzo. Transferencia a cuenta en Islas Caimán. Nada era
coincidencia.
Don Elías lavaba dinero usando el hotel como fachada y Gabriel con su formación como contador lo descubrió. Fue eso lo que lo condenó. Mientras tanto, la confesión de Sergio Bautista comenzaba a derribar otras puertas. Los investigadores lograron localizar a Alberto Cárdenas, un exadministrador del
hotel que se había mudado a Veracruz en 1998. Al enterarse del arresto, contactó voluntariamente a la fiscalía. Su declaración fue breve, pero explosiva.
Elías tenía todo planeado. Usaba el restaurante como zona gris. Allí no entraban cámaras. Era donde cerraba negocios y donde se hacían las cosas sucias. Vi una vez a dos hombres salir por la cocina trasera cargando algo envuelto. Nunca pregunté. Todos sabíamos que si preguntabas no durabas.
Sabía de la desaparición de Laura y Gabriel. Sí. Y supe que algo no estaba bien cuando la remodelación comenzó a los dos días. Nadie cambia de estructura tan rápido, salvo que quiera ocultar algo. Olivia, por su parte, hizo algo que no pensaba hacer.
Volvió al terreno del hotel, no como espectadora, esta vez como parte activa de la investigación. Ayudó a los forenses a ubicar lo que ella ya llamaba los puntos ciegos áreas del hotel, que no eran visibles desde la recepción zonas sin tránsito frecuente, rincones usados para eventos privados. Uno
de esos lugares era un pequeño patio interior detrás de la antigua cocina, un cuadrado de tierra encerrado entre muros sin ventanas.
Según los planos de 1993, ahí iba a construirse un jardín Sen que nunca se terminó. Al excavar superficialmente los peritos encontraron fragmentos de cerámica rota, un anillo y una prenda femenina envuelta en plástico con manchas aún visibles. No eran restos humanos, pero sí vestigios de otras
víctimas.
“Lo que estamos viendo aquí”, dijo la antropóloga forense, “es la evidencia de un patrón. Este hombre no mató una vez, mató más de una y el hotel era su zona de casa. Paralelamente, Galvez consiguió acceso a registros de denuncias de turistas extranjeras entre 1992 y 1996. De esas, al menos cinco
coincidían con visitas al hotel Estrella del Mar. La mayoría fueron archivadas por falta de pruebas.
Una de una ciudadana estadounidense fue retirada misteriosamente tras una negociación privada. Esa mujer se llamaba Jennifer Morrison. Vivía ahora en Carolina del Norte y cuando fue contactada no dudó. Sí fui drogada y abusada. Nadie me creyó. Me dijeron que era una confusión, pero recuerdo su
cara. Elías Berstein. El caso explotaba en todas direcciones.
Lo que había comenzado como la desaparición de una pareja durante su luna de miel ahora se abría como un mapa del horror, una red de abuso sexual lavado de dinero, complicidad policial, silencios comprados y justicia postergada. y en el centro de todo el hotel Estrella del Mar, no solo un sitio de
vacaciones, sino una tumba elegante con vista al océano.
La Fiscalía organizó una rueda de prensa para anunciar los avances. Elías Berstein sería acusado de homicidio doloso agravado, dos cargos confirmados, tres en investigación, violación y abuso sistemático, encubrimiento y alteración de escena de crimen, lavado de activos, asociación delectiva,
obstrucción de justicia y por primera vez se consideraría también una acusación por feminicidio serial.
Pero aún faltaba lo más duro. El interrogatorio final. Galvez se preparaba. Olivia también. No buscaban que Elías llorara ni que se redimiera. Buscaban la verdad completa, el mecanismo, la lógica interna de su monstruosidad. Querían entender cómo alguien que saludaba con cortesía y hablaba de
inversiones frente al mar podía violar y matar con tanta frialdad.
y la única forma de saberlo era obligarlo a hablar. La sala de interrogatorios número tres fue acondicionada especialmente para la ocasión. En una esquina, dos cámaras grababan desde distintos ángulos. Sobre la mesa, los documentos se encontraban dispuestos con precisión, las fotografías de los
restos, las páginas del diario de Laura, las facturas falsas, los testimonios ya firmados. Todo formaba parte del cerco final.
Don Elías Beristein entró escoltado por dos agentes. Vestía uniforme gris de reo, el cabello blanco peinado hacia atrás, las manos esposadas al frente. Su mirada no era la del derrotado, sino la del que aún cree que tiene margen de maniobra. Frente a él, el detective Leonardo Gálvez, firme, sereno.
A su izquierda, un fiscal auxiliar. A su derecha observando desde una cabina de cristal sin espejo Olivia Montenegro. No necesitaba hablar, solo mirar. Señor Beriste comenzó Galves sin rodeos. Tenemos pruebas físicas, testigos, confesiones y registros financieros que lo vinculan directamente con la
desaparición, asesinato y encubrimiento de Laura Montenegro y Gabriel Cifuentes.
¿Tiene algo que decir? Elías se acomodó en la silla, cruzó las piernas y sonrió con condescendencia. Usted dice tener pruebas, pero las pruebas detective pueden ser interpretadas y los testigos pueden mentir. Niega que los cuerpos fueron encontrados bajo su hotel. No niego nada. Solo digo que un
terreno puede ocultar muchas cosas y no todas son culpa del dueño.
Galves lo observó unos segundos. Usted ordenó remodelar el restaurante tres días después de la desaparición. Enterró a Laura y Gabriel a metro y medio de profundidad, los envolvió en lonas del hotel. Usó concreto para sellar. No estamos ante una coincidencia, señor Beristein. Estamos ante un crimen
cuidadosamente ejecutado. Elías soltó una risa breve, amarga.
Crímenes cuidadosamente ejecutados. ¿Sabe cuántas personas me han acusado a lo largo de los años sin pruebas sólidas? ¿Cuántos periodistas han intentado manchar mi nombre? Galves lo interrumpió. ¿Y cuántas de esas personas desaparecieron, señor Beriste? El silencio fue abrupto. En la sala de
observación, Olivia sintió que se le aceleraba el pulso. Elías no respondió.
Sus labios apretados temblaban apenas, pero sus ojos, esos ojos que tantas víctimas habían descrito como vacíos, se nublaron por primera vez. El fiscal colocó sobre la mesa una fotografía Laura en la escena del restaurante privado, visiblemente desorientada. Luego otra, el diario abierto en la
entrada del 21 de marzo y después la foto de los cuerpos en las tumbas. Explique esto.
Explique su sonrisa en la foto, su nombre en el diario, su decisión de remodelar justo ese espacio, su firma en las facturas falsas. Explique por qué tantas mujeres lo señalan. Explique, señor Berstein, cómo es que todo lo que tocó terminó cubierto de silencio. Elías se acomodó en la silla. Por
primera vez bajó la mirada.
Ustedes quieren que confiese, quieren que admita que fui un monstruo. ¿Para qué? Para darle paz a esa mujer. Señaló sabiendo que Olivia escuchaba detrás del vidrio. Nada de lo que diga le devolverá a su hermana. Tiene razón, dijo Galvz, pero lo hará responsable y eso es algo que jamás ha
enfrentado. La sesión continuó durante 2 horas.
Al principio evasivas, después grietas y finalmente una verdad parcial. Gabriel descubrió algo que no debía, admitió Elías. Era inteligente, demasiado. Revisa cuentas por curiosidad. Me confrontó. Amenazó con denunciarme. Tenía razón en parte. Yo tenía acuerdos financieros, blanqueo de capitales,
socios peligrosos. No podía permitir que hablara y Laura, Elías cayó un momento, luego habló seco.
Laura era un daño colateral. Silencio. La viol, sus ojos brillaron oscuros. No negó, tampoco afirmó, pero su expresión lo dijo todo. En la sala de observación, Olivia se quebró, no por la respuesta, sino por la ausencia de remordimiento.
Porque para Elías, su hermana, nunca fue una persona, solo un obstáculo, un objeto. Galv se levantó. El patrón es claro. La impunidad lo cegó. Su dinero le dio poder, pero también lo deshumanizó. Usó su hotel como trampa. Invitó, sedujo, drogó, mató. Yo no fui el único espetó Elías con rabia
contenida. Había otros y ellos siguen libres.
Y usted será el primero, el que abrirá la puerta para que todos caigan. No por valentía, sino por arrogancia. La sesión terminó. Elías fue retirado bajo custodia. Pero no sin antes mirar por última vez el vidrio de observación. Sabía que Olivia estaba ahí y sonrió. Una sonrisa hueca desafiante de
alguien que aún se cree superior. Pero ella no retrocedió.
Le devolvió la mirada, una mirada firme de quien ha soportado el infierno y ha regresado. Horas después, Gálvez convocó una reunión privada con la fiscalía. El testimonio de Elías, aunque incompleto, era suficiente para consolidar una acusación formal. Se procedería al juicio. Y esto no termina
aquí, dijo el fiscal. Tenemos evidencia de al menos cinco casos más. Elías no fue un asesino ocasional, fue un depredador serial protegido por el silencio y el miedo. “Vamos a hacer ruido, respondió Olivia.
el suficiente para que los que callaron ya no puedan hacerlo más. El terreno donde habían estado enterrados Laura y Gabriel fue sellado y en un acto íntimo Olivia colocó dos rosas blancas sobre la tierra recién movida. “Ahora sí los encontramos”, susurró. “Y ahora sí los vamos a honrar. Las calles
de puerto escondido amanecieron inundadas de cámaras, reporteros y unidades móviles.
La detención de Elías Berstein, otrora próer del turismo costero, había escalado a noticia nacional. La historia de Laura y Gabriel, una pareja joven asesinada y sepultada en los cimientos de un hotel, era la punta del iceberg de una red de corrupción, abuso y muerte que se mantuvo impune durante
más de una década y media.
Pero mientras la prensa buscaba titulares, el monstruo empezaba a revelar su verdadero rostro. En el penal de máxima seguridad donde Elías fue internado, la fiscalía había preparado un espacio exclusivo para el interrogatorio judicial extendido. Este procedimiento reservado solo para los casos más
complejos permitía que el acusado hablara ante un fiscal, un juez de control y representantes de víctimas con presencia legal.
Ese día Olivia Montenegro no fue como hermana, fue como testigo, asistente y representante de víctimas no identificadas. Había más nombres, más mujeres, más historias que merecían salir a la luz. El juez pidió silencio en la sala. Señor Elías Beriste dijo con voz firme.
Esta audiencia se llevará a cabo para obtener de su parte una narración verídica de los hechos relacionados. con los crímenes por los cuales se le acusa. Se le recuerda que toda declaración será vinculante y puede ser usada en su contra. Elías miró a su abogado. Recibió una leve inclinación de
cabeza. “Hablaré”, dijo.
“Pero no me pintaré como un monstruo, porque el verdadero monstruo fue el sistema que me permitió existir así.” La confesión fue devastadora. Empecé en hotelería con dinero sucio desde el inicio. Mi primer socio fue Ramiro Castillo, exmilitar, dueño de la empresa de seguridad. Me ayudó a obtener el
terreno, lavar dinero del narco local, abrir cuentas en Panamá y las víctimas, preguntó el fiscal. Elías resopló.
Algunas se ofrecían solas, otras eran parte del servicio. Si estaban solas, las invitaba a cenar. Unas aceptaban, a otras había que convencerlas. ¿Cómo lo hacía? Sedantes, alcohol, fotografía, luego chantaje. Tenía una red. Nada pasaba sin que yo lo supiera, pero todo se pagaba con silencio o con
miedo.
Elías confesó haber violado, grabado y chantajeado al menos 18 mujeres entre 1991 y 2002. Laura fue diferente”, agregó. No solo era hermosa, era una amenaza. Sabía que su esposo había visto algo. Y una mujer asustada. “Es peligrosa.” Y Gabriel, demasiado listo, lo confrontó. Dijo que iría a
Hacienda. Le advertí, pero insistió. Ramiro me dijo, “Si lo dejamos hablar, no solo caes tú, caemos todos.
El fiscal visiblemente alterado, preguntó quiénes más estaban involucrados, políticos, jueces, policías. ¿Usted cree que durante 16 años nadie sospechó? Claro que sabían. Solo que nadie quería tocar al intocable porque yo tenía expedientes de todos, fotos, grabaciones. Si me caía, se caía la red
entera.
En la sala, Olivia escuchaba con una mezcla de rabia y claridad. Por primera vez entendía la dimensión del poder de ese hombre. No era solo un violador, no solo un asesino, era el eje de una maquinaria de corrupción y abuso. Y todo había empezado con un hotel junto al mar. ¿Por qué enterró los
cuerpos? Insistió el juez. Porque necesitaba que desaparecieran.
Pero no podía arriesgarme a trasladarlos. Había cámaras en la ciudad, así que decidí esconderlos donde nadie miraría bajo los cimientos del restaurante privado. Cemento fresco, remodelación programada, nadie iba a sospechar. Y la maleta fue mi idea. La enterramos aparte para que si alguien la
encontraba pensara que simplemente se habían ido. Silencio.
No contaba con que la tierra un día hablaría. Tras 5 horas de confesión, el juez detuvo la audiencia. Esta sala ha escuchado una de las descripciones más frías y estructuradas de crimen sistemático en la historia reciente. El acusado no muestra arrepentimiento, solo orgullo por su capacidad de
engañar. Elías sonrió apenas.
Aún con la boca llena de verdades, creía que el silencio era su escudo más fuerte. Pero el escudo había sido roto. Al salir de la sala, Olivia se encontró con el detective Galves. Está listo le dijo él. Con esta confesión el juicio será rápido, pero vamos a necesitar una lista completa de las otras
víctimas.
Ya la empecé, respondió ella sacando una libreta. Tengo contacto con cinco mujeres más y tres familiares de víctimas extranjeras. Están dispuestas a testificar. No sé si todas, pero al menos ya no están solas, porque ahora saben que su caso es parte de algo mucho más grande.
Esa noche, Olivia fue al terreno donde habían encontrado a Laura y Gabriel. Los trabajos forenses habían concluido. El sitio ahora estaba sellado con una reja baja y un aviso oficial. Pero Olivia no fue como denunciante, fue como hermana. Clavó en la tierra dos pequeñas cruces de madera. Una decía
Laura M, la otra Gabriel C. Y en medio de ambas colocó una placa. La verdad nunca se oxida. Elías Berstein estaba hundido.
No solo en su silla de reo, sino en el peso de su propia confesión. había reconocido su responsabilidad en dos asesinatos, al menos 18 abusos y una red de lavado que se extendía por media costa del Pacífico mexicano. Pero lo más alarmante no era la cantidad de crímenes, sino quiénes lo habían
protegido durante todo ese tiempo. Y esa fue la línea que el fiscal decidió seguir al día siguiente.
El detective Galves, tras pasar la noche revisando más de 500 páginas de documentos incautados en la mansión de Berrystein, golpeó la carpeta con la palma de la mano. Esto no se trató nunca de un hombre solo. Fue un ecosistema completo de silencio. Necesito a la prensa y la necesito ahora.
La rueda de prensa se llevó a cabo a las 11 am en la sede del Tribunal Superior de Jalisco. Las cámaras apuntaban al estrado como francotiradores. Decenas de periodistas esperaban la declaración oficial que prometía sacudir al sistema judicial. Galvesz tomó el micrófono. Elías Berstein ha confesado
una serie de crímenes que por sí solos ya serían suficientes para una cadena perpetua, pero además ha revelado una red de encubrimiento institucional que incluye al menos cuatro exfuncionarios públicos, dos jueces retirados y una empresa de seguridad privada que operó
en al menos ocho hoteles de la región. El murmullo en la sala creció. Olivia presente entre el público no parpadeaba. Tenemos registros bancarios, grabaciones telefónicas, contratos ficticios y transferencias en paraísos fiscales. Estamos hablando de una red de complicidad estructural que permitió
que un asesino serial operara impunemente durante más de una década.
Uno de los nombres mencionados fue el del excomandante Alfredo Ibarra, quien se desempeñaba como jefe de la policía municipal de barra alta entre 1992 y 1998. Fue el primer alto cargo en ser arrestado esa misma tarde, la acusación obstrucción de justicia y complicidad por omisión. Según los
registros encontrados, Ibarra había recibido pagos mensuales de parte de la empresa de Beristin a través de una cuenta compartida con su esposa.
En total, más de 2 millones de pesos. Él sabía todo, dijo Gálvez a la prensa. Sabía de los rumores, sabía de las desapariciones, pero optó por mirar hacia otro lado. La sociedad también comenzó a reaccionar. El caso ahora conocido en los medios como Los crímenes del hotel del silencio se volvió
viral en redes sociales.
Cientos de mujeres comenzaron a escribir bajo el hashtag Yono Mcale Justicia Peralora nunca más bajo el concreto. Mientras tanto, Olivia Montenegro tomó una decisión. no podía limitarse a esperar que el juicio siguiera su curso. Había más víctimas, más mujeres que quizás no sabían que tenían derecho
a ser escuchadas.
A través de un comunicado oficial anunció la creación de la Fundación Laura y Gabriel, enfocada en apoyar emocional y legalmente a sobrevivientes de abuso institucional, acompañar a familias de desaparecidos, presionar por reformas a la ley de investigación de personas no localizadas y sobre todo
crear un archivo público con todos los casos ligados a Elías Berstein y su Red, porque la memoria es la única forma de Que esto no se repita”, declaró Olivia frente a cámaras, “porque el silencio se entrena, pero también se puede romper.” Ese mismo día, Jennifer Morrison, la
turista estadounidense, que había sido drogada y abusada en 1998, volvió a México para testificar. Su llegada fue recibida por periodistas, pero ella no dio declaraciones. Solo dijo una frase al entrar a la fiscalía. Finalmente me van a escuchar. Su testimonio fue contundente. Relató como tras su
denuncia inicial, un abogado del hotel la visitó en su cuarto con una oferta, dinero, vuelo pagado y una carta de aclaración para firmar.
Ella no firmó, pero la denuncia fue archivada igualmente. Tuve miedo mucho, pero hoy ya no. A medida que más mujeres hablaron, el patrón se volvió innegable. Sedantes en bebidas, fotografías comprometedoras, chantaje y todo amparado por una red de hombres que preferían proteger su estatus que la
vida de las víctimas. Incluso surgieron denuncias de trabajadoras del hotel que habían sido amenazadas con perder su empleo si hablaban.
Una execepcionista Diana Fuentes declaró, “Yo vi salir a Laura la última vez.” Iba desorientada. Pregunté al gerente y me dijo que no hiciera preguntas, que para eso me pagaban. Los fiscales comenzaron a cruzar registros bancarios. Se encontraron más de 30 transferencias desde la empresa turística
de Beristin a cuentas vinculadas a funcionarios en activo durante los años 1992-2002.
El escándalo se expandía y Olivia entendió algo. Laura y Gabriel no fueron asesinados por estar en el lugar equivocado. Fueron asesinados porque se atrevieron a ver lo que nadie debía ver. Esa noche sentada frente al mar, Olivia escribió en su diario: “Laura tenía razón, algo no estaba bien, pero no
era el vino, era el monstruo detrás de la sonrisa y los cómplices que lo dejaron respirar durante 16 años. Ahora sí, hermana, los estamos derrumbando.
Uno por uno. 15 de junio de 2010. Las puertas del Tribunal Superior de Justicia de Jalisco en Puerto Escondido se abrieron a las 8 am bajo una lluvia densa, gris y constante. La fila de cámaras ya bordeaba toda la cuadra. Decenas de periodistas activistas y familiares de víctimas hacían vigilia
frente al edificio judicial como si se tratara del juicio del siglo.
Y para muchos lo era. Dentro se llevaba a cabo la primera audiencia del juicio contra Elías Berstein, acusado formalmente de homicidio doloso agravado, dos víctimas confirmadas, tres en investigación, violación serial con al menos nueve víctimas identificadas, encubrimiento, obstrucción de justicia
y lavado de dinero, asociación delectiva con actores del estado.
A sus años, Berstein ya no lucía como el empresario elegante que aparecía en revistas de turismo. Sus mejillas estaban hundidas, su cabello blanco despeinado y su cuerpo delgado encerrado en un traje beige de presidiario, pero sus ojos fríos seguían igual sin rastro de culpa. Olivia Montenegro se
sentó en la primera fila de observadores junto a los padres de Gabriel y dos mujeres más.
Jennifer Morrison, la turista estadounidense y María Fernanda Castillo, una arquitecta de Monterrey, que también había sido víctima en 1996. Hoy comienza la verdad en voz alta”, dijo Olivia en voz baja, sin cemento, sin sobornos, sin miedo. El fiscal principal, licenciado Roberto Sandoval Méndez,
se presentó con un expediente que parecía una enciclopedia más de 8000 páginas de pruebas. En su declaración de apertura se dirigió directamente al jurado.
Señoras y señores, este caso no trata solo de dos asesinatos, trata de una maquinaria, una red que protegió durante años a un hombre que usó su posición, su dinero y su imagen pública para drogar, violar, chantajear y finalmente asesinar a quienes se interpusieron en su camino. Hoy no juzgamos solo
a Elías Berstein. Juzgamos al silencio institucional.
Juzgamos la complicidad que convirtió un hotel en un campo de entierros. La defensa encabezada por el abogado Patricio Altamirano tomó una estrategia predecible, culpar a terceros. Mi cliente no niega que ocurrieron crímenes en su propiedad, pero sostiene que fueron ejecutados por sus empleados sin
su consentimiento directo.
Fue engañado, fue traicionado y ahora está siendo usado como chivo expiatorio por el sistema que él mismo ayudó a construir. En el público, varias personas rieron con incredulidad. El desfile de testigos comenzó con una fuerza brutal. Rubén Esquivel. El recepcionista nocturno, que lo había visto
todo, fue el primero en tomar la palabra.
Con voz temblorosa, pero firme, relató los momentos exactos de aquella noche del 21 de marzo de 1994, vi a Gabriel bajar con las maletas. Me pidió un taxi. Don Elías dijo que no podían salir. Luego vinieron los dos hombres, se lo llevaron. Después Laura bajó, le dieron una copa. Ella no sabía nada.
Él la cedó y después nunca la volvimos a ver. Silencio absoluto.
Solo se escuchaba el goteo intermitente del agua en el techo por la lluvia. Siguió Jennifer Morrison, quien necesitó traducción simultánea, pero cuya voz traspasó idiomas. Yo estaba sola celebrando mi cumpleaños. Don Elías se acercó y me ofreció una cena privada. Acepté. Al día siguiente desperté
con moretones sin ropa interior y sin memoria de lo que había pasado.
Cuando intenté denunciar, me ofrecieron dinero y luego amenazas. ¿Usted reconoce al agresor? Si dijo señalando con el dedo, es él, Elías Beristin. El siguiente testimonio fue de María Soledad Ramírez, la jefa de limpieza del hotel en los años 90.
Ella contó cómo vio a Laura sentada en el lobby horas antes de desaparecer, preguntando por una forma de llegar al aeropuerto. Describió su miedo, su ansiedad y también cómo desaparecieron del hotel las cámaras de seguridad. Justo un día después, don Elías nos prohibió hablar. nos dijo que era por
la reputación del lugar, que una palabra podía dejarnos sin trabajo.
El cuarto día del juicio trajo la voz más esperada Sergio Bautista Ornelas, uno de los autores materiales de los asesinatos. Ya condenado a 25 años por su confesión previa, fue trasladado bajo fuerte escolta para testificar en persona. Si yo maté a Gabriel y sí participé en la muerte de Laura, pero
no actué por cuenta propia. Lo hicimos por orden directa de Elías. Él nos dio el dinero.
Él nos mostró el lugar. Él nos dijo dónde enterrar los cuerpos. Incluso dio la orden de guardar la maleta bajo tierra para fingir una huida. ¿Qué dijo exactamente?, preguntó el fiscal. Que parezca que se fueron. No, que los hicimos desaparecer. Esas fueron sus palabras exactas.
A lo largo de tres semanas, el juicio desnudó por completo a Elías Berstein. Se mostraron videos de seguridad recuperados, se leyeron pasajes completos del diario de Laura, se analizaron cuentas bancarias vinculadas a jueces, policías y funcionarios del Estado. Y aunque Elías no habló más desde su
confesión inicial, sus silencios hablaban por él.
Finalmente, el turno de Olivia Montenegro. Tomó el estrado sin leer, sin papel, solo con la memoria y el dolor en los hombros. Durante 16 años me dijeron que mi hermana probablemente se había ido, que era adulta, que tal vez quería desaparecer, pero no. A Laura la mataron. Y no solo la mataron, la
silenciaron, la enterraron y después vivieron encima de ella como si no valiera nada.
Pero Laura no era invisible y Gabriel no era una amenaza. Eran dos seres humanos que querían formar una vida y eso les costó la suya. Elías no levantó la vista. No una sola vez. El jurado sí lo hizo. Todos. Y tras deliberar durante 12 horas, entregaron el veredicto culpable por cada cargo, sin
posibilidad de reducción. Días después, el juez dictó la sentencia 60 años de prisión sin derecho a libertad condicional.
Era una cadena perpetua disfrazada. Elías Berstein no volvería a ver la luz como hombre libre. Y aunque Olivia sabía que ninguna condena devolvería a Laura o Gabriel, había algo en ese veredicto que cerraba un ciclo. La justicia no había sido inmediata, no había sido limpia, pero había llegado. El
juicio terminó. La prensa se marchó.
Las luces del tribunal se apagaron una por una, como si puerto escondido por fin pudiera volver a dormir sin el murmullo de lo no dicho. Pero para Olivia Montenegro, el verdadero trabajo apenas comenzaba. La sentencia contra Elías Berstein había sido histórica no solo por su duración 60 años sin
derecho a apelación, sino por lo que representaba simbólicamente el derrumbe de un imperio construido sobre abusos, encubrimientos y muertes silenciadas.
Pero ella sabía que la justicia no se mide solo en años de prisión, se mide en lo que pasa después. Se atreverían otras víctimas a hablar. El Estado reformaría los mecanismos de búsqueda y denuncia. La prensa mantendría la presión y la memoria resistiría el olvido. En las semanas posteriores al
juicio, Olivia recibió más de 120 correos electrónicos de mujeres en todo el país, algunas víctimas directas de abuso, otras hijas hermanas o amigas de mujeres desaparecidas en hoteles turísticos durante los años 90.
Un patrón comenzó a emerger. El caso de Elías no era aislado. Era un nodo dentro de una red más grande, una red de silencio donde el turismo de lujo servía de pantalla para la explotación, el lavado y la impunidad. Fue entonces cuando Olivia lo comprendió. Su misión ya no era solo defender la
memoria de Laura y Gabriel, era impedir que otras memorias fueran enterradas como la suya.
La Fundación Laura y Gabriel, lanzada oficialmente el 30 de julio de 2010, comenzó con tres ejes claros. Memoria creación de un archivo público con casos de desapariciones en contextos turísticos no resueltos. Justicia: asesoría legal gratuita para sobrevivientes de abuso institucional.
Transformación presión legislativa para cambiar los protocolos de investigación y protección a víctimas.
El primer acto simbólico fue la intervención del terreno del antiguo hotel Estrella del Mar. Durante 5co días, artistas familiares y ciudadanos trabajaron juntos en transformar lo que fue una tumba invisible en un memorial vivo. Bajo la dirección del colectivo Memoria en P, construyeron un pequeño
parque con bancas de piedra, un mosaico de cerámica con los nombres de Laura y Gabriel.
y una escultura central. Dos figuras entrelazadas emergiendo del concreto, una flor blanca en la mano de cada una, los ojos abiertos mirando al cielo, a un costado, una placa. Aquí donde el silencio fue concreto, la verdad floreció. La inauguración fue íntima, pero poderosa. Olivia subió al estrado
improvisado con una hoja en la mano.
No leyó, solo la sostuvo mientras hablaba. Este lugar fue construido para esconder, pero ahora existe para recordar, para decir que Laura y Gabriel no fueron un caso aislado. Fueron dos vidas truncadas por la ambición, el poder y el miedo. Pero no vamos a seguir callando.
No vamos a dejar que otros hoteles repitan esta historia. No vamos a permitir que el dinero borre la sangre del piso. Pausa. Respiró hondo. Los ojos húmedos. Si algo aprendí en este camino es que la justicia no llega sola. Hay que buscarla, hay que empujarla y a veces hay que gritarle en la cara
para que despierte.
Después del evento, varias personas se acercaron a contarle sus historias. Una madre de Acapulco, cuyo hijo desapareció tras trabajar de mesero en un hotel de lujo. Una mujer de Mazatlán que fue drogada en una fiesta empresarial, pero nunca denunció. Una turista argentina que vio algo sospechoso en
1995, pero fue silenciada por la gerencia. Olivia escuchó a cada una, tomó notas y prometió que ninguna historia quedaría sin eco.
Mientras tanto, el gobierno estatal anunció una revisión sistemática de casos archivados entre 1990 y 2005 relacionados con desapariciones en entornos turísticos. Por primera vez en décadas la impunidad retrocedía. El nombre de Laura Montenegro comenzó a aparecer en murales notas académicas,
campañas de concientización, no como víctima, sino como símbolo. En septiembre de 2010, un programa de televisión documental llamado Bajo el concreto emitió un capítulo especial sobre el caso.
La frase final del narrador resonó en todo el país. No se trata de encontrar culpables, se trata de no olvidar lo que el cemento intentó esconder. Un mes después, Olivia recibió una carta escrita a mano sin remitente. Gracias por no rendirte. Gracias por hablar cuando otros callaron. Me llamo
Mariana. En 1996 también estuve en ese hotel. Logré escapar. Nunca denuncié.
Pero ahora quiero contar mi historia. Olivia cerró la carta con manos temblorosas. La cadena del miedo se rompía, un eslabón a la vez. Y así, en lugar de cerrar el capítulo, lo abrió. El juicio fue justicia para Laura y Gabriel, pero la lucha era por todas.
Por todas las que callaron, por todas las que fueron silenciadas, por todas las que como Laura vieron algo que no debían ver y pagaron el precio. Olivia volvió al memorial una noche de lluvia. Se sentó en la banca de piedra y colocó dos velas, una por su hermana, una por todas las que aún no eran
nombradas, y al encenderlas murmuró: “No las vamos a enterrar nunca más.
Un año después del juicio, puerto escondido ya no era el mismo. Las playas seguían brillando bajo el sol, los turistas seguían llegando, los hoteles nuevos florecían. Pero algo había cambiado. Ya nadie caminaba sobre esa arena sin recordar lo que había debajo. Y en una colina a pocos metros del
antiguo hotel Estrella del Mar, había un lugar al que cada vez más personas llegaban en silencio.
El parque de la memoria, inaugurado por la fundación Laura y Gabriel, se había convertido en un sitio de duelo, reflexión y esperanza. Entre los árboles recién plantados, una pequeña banca de hierro forjado tenía grabada una frase, aquí el miedo dejó de tener la última palabra. Olivia caminaba por
el parque con una carpeta bajo el brazo. Llevaba el expediente de una nueva denuncia. Esta vez no era por Laura.
ni por Gabriel, era por una chica de 19 años que había desaparecido en otro hotel en otro estado en 1997. La joven nunca fue vinculada al caso Berstein, pero su nombre aparecía por casualidad en una vieja libreta encontrada entre los documentos de contabilidad del hotel y eso bastaba. Desde el
juicio, la fundación había recibido más de 300 reportes de casos similares en todo México, algunos cerrados, otros ignorados, la mayoría sin resolver.
Y aunque muchos no estaban conectados directamente con Elías, sí lo estaban con el mismo patrón de silencio, abuso y poder institucional. ¿Hasta dónde llega esto?, le preguntó una periodista una vez. Y Olivia respondió, “No lo sé. Pero vamos a llegar hasta donde duela. En su casa, Olivia tenía un
muro lleno de fotografías.
Al centro el retrato de Laura y Gabriel en su boda. A su alrededor los rostros de otras mujeres, algunas vivas, otras desaparecidas y algunas más que como su hermana habían sido encontradas tarde, pero al fin encontradas. El caso Beristein se convirtió en contenido obligatorio para estudiantes de
derecho y criminalística.
Varias universidades abrieron seminarios sobre violencia encubierta en espacios turísticos. La Fiscalía General aprobó una unidad especializada en desapariciones históricas y en la Cámara de Diputados se debatía una ley conocida informalmente como ley Laura, que buscaba ampliar los protocolos de
investigación en denuncias de desaparición de adultos, eliminando el criterio de abandono voluntario.
Antes de las primeras 72 horas, un país entero había empezado a hablar. Una tarde, mientras revisaba correos en la oficina de la Fundación Olivia, recibió uno sin asunto, solo con un archivo adjunto. Lo abrió con precaución. Era una fotografía en blanco y negro. Mostraba una habitación de hotel
antigua.
En la esquina un espejo polvoriento y en el reflejo la silueta de una mujer sentada en la cama. No tenía rostro definido, pero Olivia supo de inmediato quién era Eral Laura. No por misticismo, no por su gestión, sino porque esa imagen no era real. Era un montaje, un montaje enviado por alguien que
quizás quería decirle, “No todo está contado. No todos los culpables han caído.
No todo está enterrado todavía.” Olivia envió la foto al equipo forense digital. Semanas después le confirmaron que la imagen había sido editada recientemente. La habitación coincidía con un hotel en desuso en Chiapas, propiedad de una exsociedad de Berstein que nunca fue investigada. Un imitador,
un sobreviviente, un nuevo nido de monstruos. Nadie lo sabía.
Pero Olivia con el expediente ya cerrado, volvió a abrir el cuaderno de notas. una página nueva, un nombre más, una coordenada posible, un paso hacia el abismo. Esa noche volvió al parque, se sentó en la misma banca, miró las estrellas y pensó que en realidad la justicia no era un punto final, era
una herida que cicatrizaba, pero nunca del todo, porque el silencio cuando lo dejas crecer siempre busca una forma de regresar.
Y en algún lugar, en algún otro hotel con vista al mar, alguien estaba escuchando, esperando, contando con que nadie mirara, contando con que el miedo una vez más hiciera su trabajo. Pero esta vez el miedo ya no tenía aliados y la próxima historia, la próxima voz, la próxima mujer, el próximo eco
bajo el concreto, ya no estaría sola.
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