Después de dos años, el reencuentro con Laura me hizo ver todo lo que había perdido. En ese momento, entendí lo que realmente había sucedido entre nosotros. Todo lo que había ignorado, las señales que nunca supe leer, el sacrificio callado de ella, y mi propio egoísmo que la llevó a ser alguien que ya no reconocía.
Laura me invitó a tomar un café. Mientras nos sentábamos en una terraza en Barcelona, comenzó a hablar, pero no solo de sus logros personales. Había aprendido a priorizarse, a ser la mujer que siempre había sido antes de ser madre y esposa. Su rostro ya no llevaba el rastro de cansancio que solía esconder bajo un maquillaje apresurado; su piel irradiaba confianza, algo que había perdido mucho tiempo atrás.
– La verdad – me dijo mientras miraba el atardecer – no fue fácil. Pasé por momentos duros, pero encontré mi camino. Aprendí a valorarme, a no esperar que alguien lo hiciera por mí.
Las palabras de Laura calaron hondo en mí. Durante los meses después de nuestra separación, había seguido mi vida como si nada hubiera pasado. Me entregué al trabajo, a mis amigos, y solo me centraba en lo que me convenía. Pero al verla ahora, entendí que el egoísmo no solo nos aleja, sino que nos hace ciegos ante lo que realmente importa.
– Y tú, ¿cómo has estado? – me preguntó, mirándome con los ojos de quien ya no guarda rencor, pero que sabe que hay heridas que solo el tiempo puede sanar.
No supe qué responder. En ese instante, me sentí más solo que nunca. Laura había seguido adelante, había florecido de nuevo, mientras yo seguía atrapado en el pasado, lamentando lo que había dejado escapar.
Decidí dar un paso atrás y reflexionar sobre lo que había hecho. Mientras la veía levantarse y despedirse con una sonrisa cálida, entendí que a veces el amor no basta. No es suficiente con querer a alguien; hay que saber cuidarlo, apreciarlo, y darle espacio para crecer.
Laura se fue, pero algo en mí cambió. Ya no miraba el pasado con pesar. Ahora sabía que el primer paso hacia la reconciliación no era buscarla de nuevo, sino aprender a ser mejor por mí mismo, y si la vida nos volvía a cruzar, ser capaz de reconocer lo que una vez perdí.
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