El precio de la venganza: un matrimonio por despecho

Oleg se encontraba parado frente al espejo, observando su reflejo. La chaqueta oscura y los zapatos brillantes le daban un aire de madurez que no sentía en su interior. En su pecho, el nudo de frustración era tan fuerte como la primera vez que María le había dado la noticia: se casaba con otro. Ese hombre, con su coche caro y su mundo resuelto, la había cautivado, mientras él aún luchaba por tener algo más que una vida mediocre.

El amor de su vida, su compañera de dos años, había desaparecido de su vida sin previo aviso, y con ella se fue también la esperanza de un futuro juntos. María no entendía que, aunque él no tuviera aún la casa soñada o un coche de lujo, estaba construyendo algo real, algo que valdría la pena con el tiempo. Pero todo eso le parecía insignificante, lo veía como promesas vacías mientras vivía en un presente que ella controlaba.

Con el corazón roto, Oleg no pensó en la lógica ni en las consecuencias. La rabia y el orgullo lo llevaron a tomar una decisión impulsiva: casarse con alguien para demostrarle a María que no la necesitaba. Que podía seguir adelante. Y lo hizo, sin pensarlo dos veces.

A los pocos días, mientras su hermana Olga trataba de calmarlo, él buscó entre las personas que conocía, como un toro herido buscando venganza. Y encontró a Nadiezhda. Una joven simpática, con una risa fácil, que parecía una sombra en comparación con la mujer con la que había soñado. Pero Nadiezhda aceptó sin reservas, y lo que comenzó como una venganza se transformó en algo más complicado. La chica se entregó a la idea del matrimonio por conveniencia, sin cuestionarlo.

Cuando Oleg la vio en el altar, un sentimiento de vacío lo envolvió. La gente los aplaudió, felicitó, pero en el fondo, él sabía que no era eso lo que realmente quería. Había ganado una batalla, pero había perdido una parte de su alma. Nadiezhda no era María. Nadiezhda nunca podría llenar ese vacío.

En su camino hacia la vida que había imaginado, Oleg descubrió que la venganza nunca trae la satisfacción que se espera, y que las heridas, aunque disimuladas, nunca dejan de doler.