“Hay algo que quiero que me des esta noche…” dijo Richard con voz baja y tranquila, como si lo estuviera pidiendo con amabilidad. Pero sus ojos fríos no mostraban ni un atisbo de calidez.

La opulenta mansión de Richard Sterling estaba inmersa en un silencio pesado, después de la fiesta y los fuegos artificiales que habían marcado el final de la ceremonia. Emily, con su vestido de novia aún intacto, observaba la habitación que ahora compartía con su esposo, un hombre al que apenas conocía, pero con el que su vida había dado un giro irreversible.

Richard, con su mirada calculadora, la observaba desde la puerta. Los rayos de luna que se filtraban por las cortinas de terciopelo iluminaban su rostro, proyectando sombras que hacían que su expresión pareciera aún más imponente.

“Hay algo que quiero que me des esta noche…” dijo Richard con voz baja y tranquila, como si lo estuviera pidiendo con amabilidad. Pero sus ojos fríos no mostraban ni un atisbo de calidez.

Emily, paralizada en el lugar, sintió una ola de incomodidad recorrer su cuerpo. Su mente trataba de comprender lo que acababa de escuchar, pero algo en el tono de su esposo, en esa calma espeluznante, la hizo sentirse vulnerable, como si estuviera atrapada en una telaraña invisible.

“¿Qué… qué quieres?”, preguntó Emily, su voz temblorosa a pesar de sus intentos por mantener la compostura. El corazón le latía con fuerza en el pecho, casi a punto de salirse.

Richard avanzó lentamente hacia ella, sus pasos resonando en el suelo de mármol, mientras sus ojos no se apartaban de ella ni un segundo. Se detuvo frente a Emily y la miró fijamente, un brillo extraño en sus ojos grises.

“Quiero que me digas la verdad sobre lo que piensas de esta situación”, dijo con una serenidad inquietante. “Sé que no me amas, pero quiero saber si alguna vez serás capaz de hacerlo. Necesito saber si tienes lo que se necesita para estar a mi lado. Si no es así, entonces, este matrimonio no tiene futuro”.

Emily se quedó en silencio. Las palabras de Richard no eran las que había temido. No eran palabras de deseo, sino de un desafío, de una prueba que parecía medir su alma. Con cada segundo que pasaba, se daba cuenta de lo atrapada que estaba, pero también de la decisión que tenía que tomar.

La mansión, con su lujo desmesurado, se sentía más como una jaula dorada que como un hogar. Emily miró a Richard, y en ese momento, algo dentro de ella se rompió. Sabía que su vida había cambiado para siempre, pero no estaba dispuesta a ceder sin luchar por su libertad.