Luis de Alba, un ícono de la comedia mexicana, dejó una huella imborrable en la cultura popular con su ingenio y talento. Con personajes como “El Pirrurris” y “Juan Camaney”, hizo reír a generaciones, pero detrás de las carcajadas se escondía una vida marcada por altibajos, éxitos y desafíos. Hoy, su hijo ha confirmado la triste noticia de su fallecimiento, cerrando un capítulo en la historia del humor mexicano. Esta es la verdadera historia de un hombre que no solo conquistó al público, sino que enfrentó grandes pruebas personales y profesionales.

 

 

 

Nacido el 7 de marzo de 1945 en Veracruz, México, Luis de Alba llegó a la Ciudad de México de niño, instalándose en el bullicioso barrio de La Lagunilla. Allí, entre el comercio y la vida cotidiana, encontró la inspiración para sus futuros personajes. Su pasión por el espectáculo nació temprano, influenciada por sus padres y las visitas al Teatro Blanquita, donde quedó fascinado por leyendas como Pedro Infante y Jorge Negrete. Su madre, compositora para tríos musicales, y su abuela lo animaron a explorar su talento, llevándolo a ganar un concurso infantil de canto con “Serenata Huasteca”.

Su carrera despegó cuando Emilio Azcárraga Vidaurreta, fundador de Televisa, lo descubrió en un certamen de canto infantil. Así comenzó su camino en la televisión y la radio, destacando como la voz de Solín en la radionovela Calimán, El Hombre Increíble (1963-1991). A pesar de su éxito, Luis equilibró su vida artística con estudios en dirección de orquesta en la UNAM y relaciones industriales en la Iberoamericana, demostrando disciplina y versatilidad.

 

 

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El gran salto llegó en los años 70, cuando se unió al programa de Eduardo Manzano. Su habilidad para improvisar dio vida a personajes como “El Ratón Crispín” y “McLovio”. En 1978, Televisa le dio su propio show, El Mundo de Luis de Alba, donde nacieron íconos como “El Pirrurris”, un joven pretencioso que satirizaba a la élite mexicana, y “Juan Camaney”, un fanfarrón de barrio. Estos personajes lo llevaron al cine, con éxitos como Picardía Mexicana (1978) y La Pulquería (1981), consolidándolo como un referente del humor popular.

Sin embargo, su vida no estuvo exenta de sombras. Luis enfrentó la censura en el teatro, la lucha contra el alcoholismo —que afectó su salud y carrera— y problemas médicos graves, como un diagnóstico de cáncer de hígado en 2012, del que se recuperó milagrosamente. Accidentes, caídas y cirugías marcaron sus últimos años, pero su resiliencia siempre lo mantuvo a flote.

 

 

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El legado de Luis de Alba trasciende sus personajes. Su hijo, apodado “El Pirrurris” en homenaje a su creación más famosa, confirmó su partida, dejando un vacío en el espectáculo mexicano. ¿Qué opinas de su vida y carrera? ¿Cuál de sus personajes te marcó más? Su historia, llena de risas y lágrimas, seguirá viva en la memoria de quienes lo admiraron.