Leslie me miró con una calma inquietante. Sus ojos, normalmente suaves, tenían una dureza que no reconocí

Llevaba años con Frankie, y desde el momento en que lo adopté del refugio, supe que mi vida había cambiado para siempre. Tenía apenas cuatro meses cuando lo encontré: una bolita de pelo temerosa, llena de curiosidad y energía. Él y yo nos entendíamos sin palabras; era mi confidente, mi compañero de aventuras. Mis padres habían fallecido trágicamente en un accidente de coche poco antes de que adoptara a Frankie, y la soledad me había golpeado con fuerza. Pero Frankie estaba ahí, siempre presente, dándome la fuerza para seguir adelante.

Después de unos años, me mudé con Leslie, una amiga que había sido como una hermana para mí. Nos llevábamos bien, pero algo sobre la convivencia siempre había sido incómodo, aunque nunca quise admitirlo. Siempre supe que Leslie era algo celosa de mi relación con Frankie, pero nunca me imaginé que la situación llegaría tan lejos.

Un día, como cualquier otro, regresé a casa después de un largo día de trabajo, esperando encontrar a Frankie en el sofá, esperando mi regreso. Pero cuando entré, el apartamento estaba demasiado tranquilo, incluso en silencio. Mi corazón dio un vuelco al no ver a Frankie corriendo hacia la puerta como solía hacerlo.

— Leslie, ¿dónde está Frankie? — Pregunté, con la voz temblorosa.

Leslie me miró con una calma inquietante. Sus ojos, normalmente suaves, tenían una dureza que no reconocí.

— Ah, Frankie… ¿De verdad creías que iba a dejar que ese monstruo rondara a mi hijo nonato? — Dijo con frialdad.

Mi mente se paralizó por un momento, como si el aire me faltara. No podía creer lo que estaba oyendo.

— ¿Qué? ¿Qué estás diciendo? — Respondí, sin poder ocultar mi ira.

Leslie, con indiferencia, me explicó que Frankie había sido “devuelto” al refugio, que ella no iba a tolerar que el perro estuviera cerca de su futuro hijo, a pesar de que siempre había sido amable con él.

Sin perder ni un segundo, salí corriendo hacia el refugio. En mi corazón sentía un vacío, una rabia y una sensación de traición que no lograba entender completamente. Cuando llegué al refugio, les pregunté por Frankie, esperando encontrarlo allí esperando mi regreso.

Pero lo que me dijeron me dejó sin aliento.

— Lo siento mucho — dijo la voluntaria detrás del mostrador —, pero el perro que nos trajiste… no es el que pensabas. Este no es Frankie. El perro que adoptaste hace cinco años… él era otro.

Mis piernas temblaron mientras la noticia se instalaba en mi mente. Frankie no era el perro que siempre había conocido. Había sido reemplazado hace mucho tiempo, en algún momento del pasado, pero nadie me lo había dicho. El perro que había llamado amigo durante todos esos años no era mi verdadero compañero.

Regresé a casa, confundido y destrozado. Leslie ya no estaba allí; se había ido, llevándose consigo el último vestigio de nuestra amistad. Frankie nunca volvió a ser el mismo para mí, pero la verdad que descubrí en el refugio era más impactante que cualquier otra traición. La historia de mi perro, mi vida, había sido alterada para siempre por alguien en quien confiaba.

Al final, aunque no lo entendía completamente, algo dentro de mí me decía que quizás, en la locura de este caos, había encontrado una nueva forma de reconstruir mi vida, aunque sin Frankie.