Marina respiró profundamente mientras el teléfono vibraba en sus manos. Lena, su amiga, seguía hablando del último desliz de Andrei, sin darse cuenta de que Marina ya no escuchaba con la misma atención. No importaba. Esa noche, por fin, estaba sola. Podía pensar en sí misma, relajarse un poco, sin tener que andar a la defensiva todo el tiempo.
La puerta del apartamento se abrió de golpe, rompiendo el silencio. El ruido le hizo dar un salto en el sofá. Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia la entrada, donde Viktor apareció de repente, con su caminar tambaleante, los ojos hinchados por el alcohol y el rostro enrojecido de furia.
Marina dejó caer el teléfono al sofá, su cuerpo tenso al instante.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con calma, aunque sentía el nudo en su estómago.
Viktor no respondió, solo caminó hacia ella, su respiración entrecortada y su mirada fija, pero vacía.
— ¿Se supone que te ibas? —Marina se levantó, dando un paso atrás. Ya lo conocía demasiado bien para no darse cuenta de lo que venía. El olor a alcohol pesado se filtraba por todo el apartamento. Esta vez, no habría excusas. No iba a soportarlo más.
Viktor no dijo una palabra, solo se acercó más, sus pasos sonando pesados. Marina sentía cómo el miedo comenzaba a apoderarse de ella, pero no se dejaría intimidar. No esta vez.
— ¡No me toques! —exclamó, retrocediendo rápidamente hacia la pared. No había vuelta atrás.
Viktor sonrió con malicia, ignorando el tono firme de su esposa. Se acercó aún más, y Marina sintió cómo el pánico crecía dentro de ella. Cada vez que él se acercaba, sentía que el control se le escapaba de las manos. La situación había llegado demasiado lejos.
— Si vuelves a tocarme aunque sea con un dedo, le contaré todo a mi hermano —dijo Marina, su voz temblorosa pero decidida. No podía esperar más. Esta vez iba a ser diferente.
Viktor se detuvo en seco. Su rostro, que antes reflejaba furia, se transformó en uno de confusión y miedo. Por un momento, Marina creyó ver una chispa de duda en sus ojos. Su hermano, Stanislav, siempre había sido su protección, y Viktor lo sabía. Había recibido amenazas veladas de Stas hacía unos meses, y ahora, Marina estaba dispuesta a hacerle frente.
— ¿Le vas a contar todo a Stas? —susurró Viktor, casi incapaz de ocultar la ansiedad en su voz.
— No me atrevería a decirte lo que pasará si me tocas otra vez —respondió Marina, su tono fríamente calculado. Sabía que ahora Viktor se daría cuenta de que ya no tenía poder sobre ella.
Viktor, aparentemente atónito, no podía reaccionar. En su mente, él todavía creía que podía controlarla, pero esa vez, Marina había dado el último paso hacia su libertad.
— No lo haré más —dijo Viktor finalmente, su voz quebrada. Parecía derrotado, aunque las palabras carecían de sinceridad.
Marina lo miró fijamente, pero ya no sentía compasión, solo un alivio pesado. Sabía que no podía permitir que Viktor siguiera gobernando su vida de esa manera. Esa noche, sentía que finalmente se había levantado, a pesar del miedo, de todo lo que había soportado. No podía seguir viviendo bajo el control de un hombre que la despreciaba, que la trataba como si fuera invisible.
Marina se giró hacia la puerta de la sala y caminó hacia su habitación, cerrándola con firmeza detrás de ella. Sabía que sus decisiones podían cambiar el curso de su vida. No iba a permitir que Viktor la controlara más. Aunque su corazón palpitaba rápido, había dado el primer paso hacia la libertad.
Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que la calma empezaba a llegar. La tormenta había pasado. Y aunque todavía no sabía cómo todo esto terminaría, algo dentro de ella se despertó con fuerza. Ya no tendría miedo de enfrentarse a la verdad. Y si Viktor intentaba hacerle daño de nuevo, ella ya sabía a quién acudir. Su hermano siempre estaría allí para protegerla.
El teléfono vibró de nuevo en el sofá. Era Lena, preguntando si Marina quería salir a tomar un café el fin de semana. Esta vez, Marina no dudó.
“Sí”, pensó mientras sonreía ligeramente. La lucha por su vida empezaba ahora, y ella iba a ganarla.
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