“¡No fue un robo!”: Harfuch rompe el silencio y revela el tenebroso móvil detrás del asesinato EN VIVO de Valeria Márquez

Valeria Márquez, con apenas 23 años, se había convertido en una figura ascendente dentro del mundo de las redes sociales mexicanas.

Con un perfil fresco, atrevido y una base de seguidores que crecía a un ritmo vertiginoso, Valeria no solo influía: también incomodaba.

Desde hace meses, según reportes extraoficiales, la joven habría comenzado a hacer publicaciones en clave sobre temas sensibles: corrupción local, fiestas privadas con personajes influyentes y, lo más delicado, presuntos nexos entre funcionarios y el crimen organizado.

Nadie imaginó que esa audacia terminaría costándole la vida… en vivo.

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La noche del asesinato fue transmitida a través de una transmisión en Instagram que inicialmente iba a ser una sesión de preguntas y respuestas con sus fans.

Valeria lucía relajada, sonriente, ignorante del horror que estaba por desatarse.

A mitad del video, se escucha un fuerte estruendo y la cámara cae al suelo.

Luego, silencio.

Durante minutos, miles de usuarios observaron en shock cómo la pantalla mostraba una imagen sin movimiento hasta que la transmisión se interrumpió.

Lo que parecía un error técnico terminó siendo el escenario de una ejecución brutal.

Días después, cuando el país aún no digería el horror, Omar García Harfuch —exsecretario de Seguridad y figura clave en la lucha contra el crimen en la Ciudad de México— dio declaraciones que congelaron la sangre de todos.

Según Harfuch, “no fue un ataque al azar, ni un intento de robo”, sino un acto deliberado y planeado meticulosamente para silenciar a Valeria.

Y más aún: insinuó que ella tenía información altamente sensible que la convirtió en un blanco directo.

Fuentes cercanas a la investigación señalan que Valeria estaba preparando un video para denunciar una red de explotación de menores relacionada con figuras públicas.

Este video, que nunca llegó a publicarse, habría sido el
detonante.

Harfuch no dio nombres, pero sí confirmó que el móvil estaba vinculado a contenido que ella pensaba exponer en cuestión de días.

El hecho de que su asesinato se realizara en vivo no fue una casualidad: fue una advertencia.

Los asesinos no solo buscaban callarla, sino enviar un mensaje contundente a otros influencers, periodistas y activistas digitales.

El crimen no fue solo un homicidio, sino una ejecución pública destinada a sembrar terror.

Valeria se convirtió así en mártir involuntaria de una guerra invisible que se libra entre pantallas, algoritmos y corrupción estructural.

Lo que también salió a la luz, gracias a las palabras de Harfuch, es que hay al menos dos personas detenidas, pero se sospecha que son solo “peones” en una estructura mucho más compleja.

Las autoridades siguen varias líneas de investigación, incluyendo la participación de elementos infiltrados en fuerzas de seguridad, lo que explicaría cómo los sicarios supieron exactamente dónde estaba Valeria y en qué momento exacto iba a estar transmitiendo.

Desde su muerte, sus redes sociales se convirtieron en un altar digital, pero también en una fuente de pistas.

Usuarios han comenzado a revisar sus publicaciones antiguas, buscando indicios ocultos, frases cifradas y nombres camuflados.

En TikTok y X (antes Twitter), teorías abundan: algunos aseguran que Valeria ya había sido amenazada antes, otros afirman que tenía una relación sentimental con alguien de “alto perfil” que intentó protegerla pero no pudo.

El país está en vilo.

La familia de Valeria exige justicia y protección, mientras otros influencers han comenzado a autocensurarse por miedo a terminar igual.

Harfuch ha pedido colaboración ciudadana y promete que “la verdad saldrá a la luz”, aunque no todos creen que el sistema esté dispuesto a enfrentar los nombres que podrían estar detrás del crimen.

El asesinato de Valeria Márquez no solo dejó un vacío en las redes sociales.

Dejó un vacío moral, una señal de que ni siquiera la exposición digital garantiza seguridad en un país donde la verdad, muchas veces, se paga con sangre.

Las preguntas siguen abiertas, el miedo crece, y los ojos del país —y del mundo— están puestos en el desenlace de esta historia que parece recién comenzar.